EEUU en Asia, o cuando no alcanza la voluntad

La nueva ruptura de las negociaciones de paz en Oriente Medio y los riesgos de una guerra en Ucrania son serios escollos para la estrategia global de la administración norteamericana.

EEUU en Asia, o cuando no alcanza la voluntad

1.Nuevamente la grieta vuelve a ser lo único visible en el callejón de Oriente Medio

. La ruptura de las negociaciones de paz, que sólo existían en la formalidad, fue el broche final de una crisis que se profundizó después de que, finalmente, los dos bandos palestinos, el ultraislámico Hamas y el laico Al Fatah, lograron un acuerdo para integrarse en un único gobierno.

Esa buena noticia para la vereda palestina, partida tanto en sus bases populares desde 2006 como históricamente en sus territorios, fue traducida como una amenaza por Israel enarbolando la retórica de que la unión con aquella organización implicaba un aval al terrorismo.

Hamas, que mantiene el poder en la Franja de Gaza, no reconoce a Israel como sí lo ha hecho la agrupación que gobierna en Ramallah y toda Cisjordania.

Pero otra visión igualmente válida indicaría que la fusión podría, a la inversa, recortar las alas de los halcones de Hamas, especialmente en tiempos que Washington dialoga y coincide con Irán, antiguo patrocinador de ese grupo integrista.

Lo que ha sucedido, sin embargo, no tiene relación con ese debate. Esta unidad es un paso dado frente a la nada, que busca exponer el vacío de unas negociaciones de paz carentes de resultados.

Y que se han planteado sin que cese la colonización israelí de los territorios que deberían albergar el necesario Estado palestino. Ese formato de callejón de la crisis se vislumbró aun más cuando el gobierno israelí demandó a la parte palestina que reconozca a Israel como un Estado específicamente judío.

Es decir, no sólo una república que contiene al pueblo judío. Aquel paso implicaría asumir la idea de que los árabe-israelíes, un quinto de sus habitantes, pasarían a ser ciudadanos de segunda clase. Fue una demanda típica de las que se formulan precisamente para que no puedan ser satisfechas.

Este fracaso se produce pese a la presión diplomática desplegada por EEUU en búsqueda de un acuerdo que cierre esta costosa herida. El interés de la Casa Blanca no es necesariamente humanitario sino que obedece a razones que exceden el marco de ese crónico conflicto, como veremos mas adelante.

2. Otra grieta tanto más imprevisible

que la de Oriente Medio se ha profundizado estos días por la escalada de la batalla de poder que se libra entre la Ucrania pro occidental y los territorios filo rusos de ese país.

Por primera vez, hay un número significativo de muertos en tiroteos, como el incidente ocurrido el jueves en el bastión pro ruso de Slaviansk. Horas después de ese hecho la crisis alcanzó nuevas estaturas por la advertencia de Washington al Kremlin y las denuncias de Kiev sobre el inminente estallido de la guerra.

A Moscú no parece, sin embargo, interesarle tomar las regiones orientales pro rusas sino esperar las elecciones generales del 25 de mayo. El presidente Vladimir Putin sabe que el nuevo gobierno estará obligado a negociar con él por el inevitable peso económico de Rusia sobre Ucrania.

Pero la situación parece estar descontrolándose. Si continúan los incidentes, casuales o premeditados con bajas de pro rusos, Putin se verá obligado a actuar.

Las rebeliones en el Este del país que demandan la anexión a Rusia, y a las cuales el Kremlin no ha respondido tajantemente, como sucedió con la península de Crimea, se han disparado porque la renta de esas poblaciones es tres veces menor que la de un ruso. Es un dato cuya importancia aumenta, además, frente al durísimo plan de ajuste que el FMI y Bruselas le impusieron a Kiev a cambio de un salvataje.

Ese costo social se suma a la conciencia general de que un régimen pro occidental será cualquier cosa menos generoso con las poblaciones del oriente ucraniano lo que alienta la protesta callejera.

3. Así como la debacle en Oriente Medio, la crisis con Rusia

es un baldón y aún más inesperado, en el sendero de política internacional que se ha trazado la administración de Barack Obama.

El presidente norteamericano se encuentra en estas horas en Asia cumpliendo una de las giras posiblemente de mayor importancia de sus dos mandatos. El viaje busca reforzar una doctrina, que ya fue abordada en estas columnas, llamada “rebalancing” o pivot asiático como lo sintetizó Hillary Clinton en 2011. Se trata de una mudanza de la estrategia militar, diplomática y económica norteamericana desde su foco tradicional en Europa y Oriente Medio hacia el Asia Pacífico.

No es casual que la gira de Obama incluye Japón, Corea del Sur, Malasia y las Filipinas, todos países con disputas de soberanía territorial abiertas con China. En su primera escala el jefe de la Casa Blanca reforzó la alianza con Japón e hizo propias las demandas de Tokio sobre un archipiélago que Pekín considera propio.

El mismo temperamento siguió en los otros tres países revitalizando el lugar de poder de EEUU en la región, especialmente en el sur y este del mar de la China, que el gigante asiático percibe como un atrevimiento inaceptable.

El valor de esta estrategia pasa por la creciente importancia económica, política y militar de Pekín y las perspectivas del universo asiático. Por si hay dudas respecto de esta voluntad, parte del pivot es la decisión del Pentágono de relocalizar el 60% de su flota naval y fuerza aérea en esa región en la que China quiere reinar a solas.

La presión sobre Oriente Medio o Rusia se inscribe en ese tablero porque esas crisis son visualizadas como escollos que ahora deben removerse. Lo mismo sucede con las intervenciones en Afganistán o Irak. De ahí los renovados vínculos con Irán, la potencia regional necesaria para ese objetivo.

En ese plan, se están reconfigurando todas las alianzas, incluso al costo del portazo que Arabia Saudita le ha dado a su viejo socio estadounidense, crítico, al igual que Israel, de estas mutaciones. Pero la historia suele ser más compleja que lo que imaginan quienes sólo miran el arenero.

En sólo un puñado de días la realidad acaba de mostrar que con solo pretenderlo no es posible resolver disputas que antes debieron ser atendidas con mayor seriedad y menos especulación política, como el caso de Oriente Medio. O que fueron subestimadas, como sucedió en el inicio de la crisis ucraniana con Rusia y que ahora es lo que ya no dejará de ser.

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