“Mi hija no quiere perderse un día en el Poli. Estuvo enferma y el médico le prohibió la pile, pero ella quería venir igual”, cuenta Margarita Huisa, del distrito el Cordón del Plata en Tupungato. Antes, los días que trabajaba en los viñedos dejaba a Melanie (9) cuidando a su hermanito Exequiel (2). Ahora el pequeño se queda en el jardín y la chica disfruta de actividades pensadas para su edad.
Hace unos días, Melanie compartió -junto a sus 80 amigos de ‘veraneo’- el cierre del programa Educar en Vendimia. También festejaron con danzas y homenajes los diez años de este proyecto, que nació “a modo de prueba” en Tupungato y que fue replicado a través de distintas experiencias y formatos en otros rincones de la provincia.
Esta iniciativa socioeducativa en el Valle de Uco buscaba erradicar la costumbre de los trabajadores rurales de llevar a sus hijos a las fincas y fue impulsada -en parte- por un creciente control del Estado sobre el sector empresario respecto del trabajo infantil.
“Particularmente, nos preocupaba que los niños estuvieran expuestos a todos los peligros que implica el ámbito agrícola, desde picaduras de insectos a los accidentes con maquinaria. Ésta fue una manera de que estuvieran contenidos y aprendiendo a través del juego y la diversión, que es lo que deben hacer los niños”, apuntó Héctor Páez, gerente de la planta Alco-Canale en Tupungato.
Desde que arrancó en 2005, ‘Educar en Vendimia’ se impuso como un desafío social compartido entre efectores públicos y firmas privadas. El municipio de Tupungato pone a disposición la movilidad, las instalaciones del polideportivo municipal Francisco Rizzo y los profesionales. Provincia y Nación también asumen costos de sueldos y otros elementos. Mientras que las empresas pagan el desayuno y el almuerzo diario de los chicos, además de otros materiales.
En estos diez años, el programa creció en número de firmas involucradas y de chicos que disfrutan el beneficio. Actualmente, son más de 80 los niños y adolescentes que realizan actividades educativas y recreativas durante todo el mes de febrero, época en que no hay clases y en que sus padres están ocupados en la cosecha o en el trabajo en las bodegas.
“Me gusta todo lo que hacemos acá, pero lo que más me gusta es socializar”, señaló con total seriedad Lucas Agüero, un chico de 15 años que lleva varios dentro del programa. “Acá nos hacemos amigos y aprendemos muchas cosas”, opinó a su turno Axel Fernández (10). Para el pequeño del paraje conocido como Sergi, el mejor momento de la mañana es cuando los profes anuncian el momento de cubrir la cabellera con el gorro y “saltar al agua”.
Javier Bustos (15) vive en el distrito de Cordón del Plata y asiste al programa desde que comenzó en 2015. “Acá aprendí a nadar. Cada año suman nuevas actividades”, comenta el muchacho con una gran sonrisa.
El micro pasa a buscarlos a las 7 de la mañana por sus hogares de Gualtallary, Cordón del Plata y Villa Bastías. Los más chiquitos se quedan en el jardín maternal estatal ‘Cachorritos’ (de la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia) y los que tienen más de seis años desembarcan en el polideportivo.
Además de la pileta, allí tienen talleres de arte y reciclado, de danza y muchos deportivos, todo bajo la coordinación pedagógica de Claudia Crisafulli. El cierre de cada mañana de ‘trabajo’ es con un rico almuerzo en el restaurante tupungatino ‘El Patio de Don Andrés’.
“No nos podemos quejar. Los chicos y los papás responden con muchas ganas, tanto en lo que se refiere a la asistencia cuanto en el entusiasmo que ponen en las actividades que les proponemos”, contó Soledad Muñoz, la profe de baile, quien ayer presentó coreos con tintes centroamericanos.
“Hace diez años esto era simplemente una utopía. Teníamos esta ‘ideota’ (sic), que podía ser una gran idea o una ‘ideotez’ (sic). Pero nos chocamos con grandes profesionales que lo hicieron posible. Estamos muy contentos con el camino recorrido”, expuso Mario Sonzogni, de la empresa Chandon Argentina. Junto a esta firma, participan también el Grupo Canale, Catena Zapata y finca Doña Paula.