La historia hace alusión a lo que le ocurrió a un británico que se despertó luego de dormir durante 100 años. Dice que cuando salió a la calle todo había cambiado, edificios muy altos, automóviles raros y velocidades impensadas y hasta ve un pájaro de metal atravesando el cielo.
Asustado, ingresa en un edificio de oficinas y ve salir papeles impresos de máquinas y personas hablando a pequeños aparatitos en sus manos. Se va espantado e ingresa a un hospital, donde la gente es mantenida viva gracias a conexiones con máquinas y aparatos que permiten ver en detalle el interior del cuerpo humano.
Aterrado, corre e ingresa a otro edificio y siente un alivio enorme: allí funciona una escuela y todo le resulta normal porque, tal como 100 años antes, los alumnos están sentados en bancos, anotando en cuadernos lo que les dicta un profesor desde el frente o lo que escribe en el pizarrón.
Y hasta están memorizando los ríos de Europa, tal como lo hizo él hace 100 años. La historia es parte de una nota publicada días pasados por el diario La Nación en la que su autor, Santiago Bilinkis, señala que se muestra una realidad clara para todos: que el mundo cambió mucho pero la escuela casi nada, y que los chicos nacidos en el siglo XXI reciben una educación esencialmente igual a la que recibieron sus padres y abuelos.
Según el autor, el comentario hace referencia a un video británico, lo que demuestra que en el Reino Unido existe inquietud por lo que sucede con la educación.
Otro tanto podría decirse de Francia, donde la ministra de Educación lanzó una reforma educativa que es cuestionada por profesores, sindicatos y políticos.
Para la funcionaria, los últimos años del ciclo primario y los primeros del secundario son el “eslabón débil” del sistema escolar francés, por desiguales y aburridos, y propuso entonces enseñanzas “transversales”, que serán obligatorias, con módulos sobre desarrollo sustentable, comunicación y ciudadanía, lenguas y culturas de la antigüedad, entre otros. A pesar de haber asegurado que la decisión está tomada, el debate no se detiene.
En Chile, Michelle Bachelet promulgó la Ley de Inclusión Escolar, la primera de la reforma educativa, que no tiene relación con los contenidos de la educación sino que se trata de la reducción de los copagos a cargo de las familias y avanza en la gratuidad y también en la selección escolar.
En el caso de la Argentina, además del incremento sustancial en el presupuesto educativo, se dio un paso muy importante con la implementación de los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios (NAP), que son los contenidos comunes que se deben dar a nivel nacional, “conformado por un conjunto de saberes que ningún alumno debe dejar de aprender en cualquier escuela del país. Lo que se busca es alcanzar la igualdad, porque se fijan objetivos en cada curso de los niveles primario y secundario que se deben alcanzar. Se puede dar más, pero de ninguna manera menos de esos objetivos”, sintetizó una docente sobre el tema.
Se trata de un paso importante, que suele tener inconvenientes para su implementación por diferentes motivos, tales como el dictado más ordenado que se suele dar en algunos establecimientos frente a otros que deben acelerar el dictado en los últimos días de clase con la intención de alcanzar los objetivos comunes pero que terminan perjudicando al alumno.
Un problema relacionado con la implementación y no con la ley en sí misma. Otro de los inconvenientes se centra en la prioridad de establecer la inclusión del alumno en el establecimiento escolar por sobre la calidad educativa.
El autor de la nota con que encabezamos el tema señala que reinventar la educación es uno de los proyectos más difíciles y prioritarios de nuestra época, agregando que es el momento de hacerlo.
Para que ello se cumpla es necesario que la dirigencia política deje de lado las diferencias coyunturales y electoralistas y el mejor ejemplo se da con la fuerte discusión que surgió en la Legislatura con la denominada Ley de Educación provincial.
