En 2013, el Banco Interamericano de Desarrollo -BID- publicó un estudio titulado "De la escuela al trabajo, ¿qué habilidades importan?". En el mismo se establece que la mitad de los empresarios consultados para elaborarlo opina que en el mundo "real" se demandan habilidades laborales diferentes a las que poseen los recién egresados de las universidades. El 40% de los encuestados, por su parte, expresó que se demandan más habilidades (sobre todo sociales) de las proporcionadas por las instituciones de educación superior.
Este informe no hace más que poner en claro y con cifras "la evidente y palpable incomunicación que existe entre el mundo académico y el empresarial", como lo señalaba la experta en selección de ejecutivos, Alejandra Aranda, en un artículo de América Economía de ese mismo año.
En este mismo sentido se pronunciaba la periodista Lacey Johnson en una publicación de diciembre de 2011 que apareció en The Chronicle of Higher Education titulado "Employees say that colleges graduates lack job skills" ("Los empleadores dicen que los graduados universitarios carecen de habilidades laborales") en la que se refería a una investigación realizada sobre 1.000 empleadores de diversas industrias norteamericanas.
De acuerdo con este estudio, menos de 10% de los encuestados piensa que las universidades hacen un "excelente" trabajo preparando a los estudiantes para trabajar en el mundo real.
Cerca de 30% expresó que encontrar buenos candidatos era cada vez más difícil y que los criterios de selección relacionados con la adaptabilidad y el pensamiento crítico son escasamente encontrados en los mismos.
La América Latina en general, y nuestro país en particular, no es ajena a este "divorcio" entre la educación formal y la realidad laboral.
Una de las causas de esta situación, a nuestro entender, es la evidente puja que existe entre la que denominamos corporación académica y los profesionales que, si bien no dedican su tiempo principal a la investigación y la enseñanza, tienen vocación por transmitir sus experiencias a los jóvenes universitarios. Esto impide, en gran medida, la participación de muchos experimentados profesionales, hombres de negocios, emprendedores, etc., en las cátedras y en la necesaria actualización de los contenidos curriculares de las carreras que permitan "aggiornarlas" en relación a las necesidades de un medio sujeto a un cambio constante.
No somos, obviamente, adversarios de las actividades de investigación y de las carreras que distinguidos docentes realizan, pero lo importante es que estos, que generalmente gobiernan las universidades públicas, faciliten la incorporación de profesionales provenientes de las "trincheras" de la actividad cotidiana, para que complementen los aspectos teóricos aportados por los académicos.
Debería revisarse el criterio de que, en los concursos docentes que se llevan a cabo en las instituciones de enseñanza superior de gestión pública, el porcentaje de puntos asignados a la "experiencia profesional" sea apenas de diez (sobre un total de 100).
Con todo, la experiencia nos indica que existen en nuestro medio al menos dos instituciones cuyos egresados tienen una gran aceptación en el mercado laboral, cosa que ocurre, en nuestra opinión, porque incluyen en sus cuadros docentes un importante número de profesionales que actúan en diversas organizaciones, e inclusive sus propias empresas.
Una de ellas es la Facultad de Ingeniería de la UNCuyo, en la carrera de Ingeniería Industrial, cuyos egresados tienen un altísimo índice de empleabilidad, lo que revela la bondad de su claustro.
Es interesante acotar que esta carrera tuvo una reformulación muy importante hace ya varios años, realizándose la misma en base a una encuesta en la que se consultó a las más importantes empresas de nuestro medio.
La otra es la Facultad Regional Mendoza de la UTN. Las diversas especialidades en ingeniería que esa casa de estudios brinda a la comunidad, como así también las especializaciones y maestrías de su área de posgrado, son también marcadamente reconocidos.
En la UTN se observa el fenómeno de que muchos de sus alumnos avanzados no terminan sus carreras dada la demanda laboral de la cual son objeto, aun sin haber culminado la totalidad de sus estudios.
Como en el caso de la UNCuyo que mencionamos más arriba, en la institución de la calle Rodríguez existe un número muy importante de docentes profesionales, varios de los cuales son a su vez empresarios que aportan su experiencia diaria a la formación de los alumnos. Esto explica, en una parte importante, el prestigio que tanto la facultad como sus egresados gozan en la comunidad.
La Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria -Coneau- debería tomar nota de esto y entender que la calidad de la enseñanza universitaria no sólo pasa por el número de académicos enfrascados en la investigación y la enseñanza con dedicación total, sino que la misma se complementa muy favorablemente con el aporte de profesionales que no hacen de la actividad docente su metier principal, pero que tienen mucho para aportar en los claustros universitarios.
Es posible que este criterio sea el que ha influido en la Coneau para que, mediante la Res. 160/2012, determinara que existen dos tipos de maestrías: las académicas y las profesionales.
Esto constituye, en nuestra opinión, un avance para que el "divorcio" que hemos descrito en estas líneas sea superado por una acción de conciliación que favorezca la formación integral de nuestros universitarios.