Estamos en el comienzo de la Cuarta Revolución Industrial -la era de la industria 4.0, digital e inteligente- y Argentina no se destaca por ser un país innovador. No compite en los mercados con productos y servicios con gran valor agregado. La oferta argentina es mayoritaria en productos genéricos, con muy baja diferenciación de los competidores. Esto afecta el valor de los retornos de las exportaciones, con los cambios en la economía global.
La conclusión de que la Argentina no sobresale como país innovador está sustentada en estudios sectoriales y por el número de publicaciones frecuentes de material científico. También es concluyente de la escasa innovación, el resultado de comparar las patentes solicitadas a nivel internacional por residentes en la Argentina. Según la OMPI (Organismo Internacional de PI), Argentina presentó, en 2014, 33 solicitudes de patentes, obteniendo la posición 57 a nivel mundial, después de Brasil, con el puesto 25 (581) y Chile, en la posición 40 (144). La lista de pedidos de patentes la encabezan China, con 928.000, y EEUU con 579.000, consiguiendo las posiciones 1 y 2, respectivamente. En el Índice Mundial de Innovación 2015, elaborado por la OMPI, Universidad de Cornell y el Insead, prestigiosa escuela de negocios francesa, la Argentina ocupa el puesto 49, entre 141 países, superándola Chile, México, Uruguay y Brasil.
Para ser innovador en esta fase evolutiva de cambios rápidos, con la constante de la incertidumbre, la solución comienza mejorando genéticamente “la semilla de la educación”, por usar una metáfora. Es el punto de partida, no hay otro; es taxativo. Necesariamente hay que provocar un cambio rotundo en la educación que nos haga penetrar con fuerza en el siglo XXI. Ejecutar políticas públicas conducidas por especialistas en pedagogía y, aunque parezca obvio, que tengan una visión global de las diversas experiencias en educación porque en el mundo se están gestando nuevos métodos sostenidos por el Estado, los estudiantes, los profesores, los padres, otros organismos (sindicatos) y el sector privado, como en el caso de Finlandia.
En la Argentina, algunos gobiernos -en reiteradas oportunidades- han puesto al frente del Ministerio de Educación, nacional o provincial, a personas que no tienen la suficiente capacitación para tener una visión estratégica del problema. El gobierno no recapacitó si el conductor de la educación tendría los conocimientos necesarios sobre pedagogía y sobre la experiencia en otros países. Fundamentalmente, en la conducción del estudiante para que aprenda a desarrollar la creatividad y se lo motive para trabajar en equipo, construyendo experiencias que le abran la mente para resolver problemas, aceptando los errores.
Al educador -además de un ingreso económico que lo incentive- capacitarlo y motivarlo para el estudio continuo, para que asuma nuevas formas de educar, más grupal y participativa, menos castigadora y más liberadora, con apoyo de la tecnología como refuerzo pedagógico, porque lo que importa no es la enseñanza sino el aprendizaje. También integrar a los padres, estimuladores del desarrollo del niño que deberán acompañar al maestro fuera de la escuela. Los padres deben comprender que sin educación sus hijos estarán a la deriva, errantes en lo laboral, reproduciendo pobreza en los sectores más indefensos. Injustificable en un país con educación pública gratuita accesible.
Habría que abrir un diálogo entre el sistema educativo y los padres; una especie de organismo para las inquietudes, problemas y falencias de los padres que les ayude a superarse en la vinculación con el estudiante.
Hay consenso sobre la importancia de la educación pública. Sin embargo, la desigualdad de la educación se ve en la percepción de la calidad que tienen los padres: 8 de cada 10 niños son matriculados en instituciones privadas, según últimos datos del Ministerio de Educación de la Nación.
Definitivamente es en la educación, y en todo el proceso pedagógico, donde radica la fuente del conocimiento y la creatividad para definir nuestro ADN innovador, con un país más igualitario e inclusivo. Esto nos impulsará a conseguir la matriz productiva que necesitamos, definida por aquellas competencias que naturalmente nos distinguen y por otras que desarrollaremos como propias. Es aquí donde radica gran parte del problema, porque en el último tiempo ni el Estado ni el sector privado, con el apoyo de las universidades, intelectuales y ciudadanos, debatieron un proyecto de país, lo que queremos ser, como hicieron países parecidos al nuestro, como Australia, Canadá y Nueva Zelanda.
Se reconoce que el Estado, en los años recientes, aplicó políticas correctas, con incentivos, capacitación, y un programa de retorno de científicos y técnicos, a través del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Sin embargo, en esa gestión pública no acompañó el sector privado, en especial las grandes empresas. Si se analiza el caso de las Pymes, sector intensivo en generar empleo, la concentración económica de grandes empresas que se observa en la Argentina les deja, a las pequeñas, poco espacio para acciones innovadoras y para la diversificación productiva.
En países que preservan el equilibrio de la competencia por el mercado, se observa que los proyectos que disparan el desarrollo intensivo de innovación tecnológica, que terminan cambiando un paradigma o las reglas del mercado, surgen de pequeños emprendimientos que después, cuando la idea es aceptada, crecen rápidamente con la inversión privada y las facilidades que provee el Estado.
¿Cómo estará parada la Argentina en el futuro cercano en todo ese avance que día a día se está manifestando en las ciencias y en la innovación tecnológica? ¿Tenemos que conformarnos con mirar y dejar pasar, como hemos hecho hasta ahora, aun cuando disponemos del talento humano y científico?
Entiendo que la competitividad de la Argentina en el mundo tendrá que estar sustentada en un modelo educativo de calidad superior, siguiendo las tendencias que favorecen el desarrollo humano y la creatividad; transitando un camino trazado que supere el tiempo de los sucesivos gobiernos, porque lo que importa es ser un país mejor, con un proyecto de existencia en este mundo complejo. Será el legado.