Era moreno. Cabello y el bigote renegrido. La nariz ancha. Los ojos brillantes y oscuros. Sonreía a veces y su risa era fatigosa. Tenía voz ronca, aterciopelada y profunda. A pesar que era de origen español, su aspecto era más bien de árabe.
Se llamaba Eduardo B. Ruiz, fue poeta y escritor, y fue una figura destacada a principios de siglo XX en el país y en Mendoza. Sus contemporáneos lo consideraron junto a Juan Gualberto Godoy como los más grandes exponentes de la poesía del romanticismo.
A pesar de su fama, Ruiz quedó totalmente en el anonimato. Recordemos su historia.
Cuando escritor se nace
Eduardo B. Ruiz nació en nuestra provincia el 20 de marzo de 1866. Por aquel tiempo, los mendocinos se recuperaban del trágico terremoto, ocurrido exactamente cinco años antes. Gran parte de la población se trasladó hacia el sudoeste de su lugar original.
En la vieja ciudad, existían terrenos baldíos en varios sectores y montañas de escombros todavía tapaban las calles. Mientras que hacia el oeste, en el lugar denominado San Agustín, se iniciaba la construcción de edificios privados y también públicos.
Eduardo, era un niño muy curioso e inquieto y al cumplir sus seis años, ingresó a la escuela primaria destacándose inmediatamente en las letras. A los trece años, ingresó en el Colegio Nacional. Excelente alumno, tuvo a grandes profesores como Julio Leónidas Aguirre, el doctor Gigli, Rodolfo Zapata, Pedro Nolasco Ortiz, quienes forjaron al adolescente.
Al concluir la secundaria, buscó un empleo en una empresa de seguro llamada La Andina y al poco tiempo, ocupó el cargo de secretario. Alternando su labor diaria, fue colaborador de Los Andes en donde se desempeñó hábilmente con su pluma. También escribió en el matutino El Debate, siempre con el seudónimo de Julio Mayo.
El poeta que flechó a una diva
Todos los días, el escritor Eduardo Ruiz llegaba puntualmente a las 8 de la mañana a su trabajo. A pesar del ajetreo de su labor, en sus ratos libres -que no eran muchos- su inspiración brotaba y dejaba deslizar su pluma sobre el papel, creando las más hermosas poesías.
Una vez, a finales de octubre de 1898, llegó a Mendoza la famosa soprano italiana Luisa Tetrazzini, quien realizó varias presentaciones en el Teatro Municipal, presentando la célebre obra del maestro Rossini "El Barbero de Sevilla".
En su última actuación, los periodistas locales acordaron obsequiarle a la diva una canastilla de hermosas flores. Se pensó que el presente debería tener una bella poesía y el único que podía hacer esa tarea era Eduardo Ruiz.
Uno de ellos, de apellido Acosta, marchó hacia la oficina de la compañía y le contó a Ruiz la intención de escribir algo para la gran artista italiana. Inmediatamente, tomó en un papel vacío de una póliza de seguro y comenzó a redactar en prosas poéticas en su honor.
Por la noche, las flores fueron entregadas y por supuesto, la soprano leyó las hermosas frases que emocionaron profundamente a la artista.
Días de gloria
El 28 de enero de 1905, el eximio poeta partió desde la estación del ferrocarril hacia Buenos Aires. Llevaba una valija llena de esperanza y de sueños. El joven Ruiz, fue contratado para escribir en un prestigioso diario metropolitano.
Ya radicado en Capital Federal, les llovieron las propuestas de varios editores para publicar sus trabajos; el escritor se había ganado la fama a través de sus poemas publicados en revistas.
Al año siguiente, salió a la luz su primer libro titulado "Versos", una recopilación de sus escritos, de más de cien páginas. La obra fue tan buena que el editor tuvo que realizar una nueva edición, causando un gran impacto entre los lectores.
Inmediatamente, el escritor mendocino, se insertó en los círculos más cultos e importante de la sociedad porteña. Parecía que Ruiz se encontraba en la cúspide de su carrera, a tal punto que el presidente Figueroa Alcorta junto al ministro de Guerra, general Luis María Campos, le encomendaron la tarea de escribir sobre la historia militar de la República Argentina.
Sin pérdida de tiempo, el escritor inició lo ordenado, recopilando ciento de documentos en el Archivo General de la Nación. Meses después, Ruiz se enfermó gravemente, por lo que tuvo que interrumpir aquella publicación y regresar a Mendoza.
A fines de febrero llegó a la provincia muy grave. Pasaron varios días y el 20 de marzo de 1908, el mismo día que cumplía 42 años, falleció. Desaparecía así el último poeta del romanticismo.