Eduardo Pulenta nos recibe en su concesionario del shopping Palmares. Allí, rodeado de autos de lujo y buenos vinos, este licenciado en Enología nacido en San Juan nos recibe y muestra una excelente predisposición para responder cada una de nuestras preguntas. Todo eso determina una charla muy interesante con uno de los empresarios más importantes de Mendoza.
-¿Cuál es el primer recuerdo de tu vida en relación al vino?
-Yo creo que el recuerdo más antiguo que puedo tener en relación al vino es que jugábamos en una bodega. Nosotros, los hermanos Pulenta, nacimos en la bodega originaria de la familia en San Isidro, San Juan. Estábamos mucho tiempo ahí. De hecho me acuerdo que a los siete años me quebré la muñeca izquierda cayendo de un tanque de vino.
-¿Vivían en esa bodega?
-Sí, claro. Mi padre era el enólogo de la familia y ahí nacieron mis cinco hermanos y yo también.
-¿Y cómo era tu relación con el vino en esa época?
-Nosotros siempre queríamos tomar algo en las comidas. Por supuesto que no existían las gaseosas. Entonces nos ponían un poquito de vino y nos llenaban el vaso con soda. Era un goteado de vino.
-¿Y a qué edad comenzaste a estudiar Enología?
-Nosotros en la época del secundario vinimos a estudiar a Mendoza. En primer año estuve en el Liceo Militar, que en ese momento era una de las instituciones más prestigiosas que había en la provincia. Éramos casi 80 chicos de San Juan que cursábamos en el Liceo. Llegábamos a Mendoza los domingos a la tarde para cursar toda la semana y los viernes nos volvíamos a San Juan. Pero en el Liceo estuve sólo un año.
-¿Ahí llegaste a Enología?
-Claro. Ahí comencé a cursar Bachiller Enólogo en la Facultad Don Bosco, en Rodeo del Medio. Ahí también estábamos internos. Al principio sólo salíamos tres veces en todo el año. Pero en esa época era todo tan diferente que no sufríamos. Al contrario, la pasábamos muy bien. Además, dentro del colegio se hacían todo tipo de actividades. Los fines de semana había deportes, juegos, cine, de todo. Igualmente a medida que fui avanzando en mis años de secundario, el internado se fue terminando y las salidas eran cada vez más flexibles. Esos fueron los últimos tiempos de los internados.
-¿Seguiste en la facultad de Enología en Don Bosco?
-Sí. Completé el bachillerato de la secundaria y continué con la facultad. De todas maneras durante el secundario me tocó el servicio militar y eso me retrasó un poco porque estuve un año y tres meses. De todas maneras tengo un muy buen recuerdo de esa etapa. Fue muy duro en algunos aspectos, pero sumamente positivo en otros.
-¿Dónde fue tu primer trabajo de enólogo?
-Ya el año que no había podido ir a la facultad por el tema del servicio militar, había estado trabajando. Mi padre fue una persona que nos dio muchas cosas lindas en la vida, pero también nos exigió bastante. En ese tiempo me fui a trabajar seis meses a la fábrica Duperial en Palmira. Mi padre conocía al gerente y me dieron la posibilidad de hacer una pasantía. Eso fue lo que me sirvió de base para saber lo que era trabajar. Duperial era la fábrica número uno que tenía Mendoza en ácido tartárico, alcohol y fertilizantes.
-Habiendo vivido en primera persona el gran cambio del vino de nuestro país, ¿qué creés que hizo que hoy esté tan posicionado en el mundo?
-Creo que primero hay que hacer una reseña de la década del ‘70. En ese momento Mendoza empezó a querer exportar vinos al mundo, algo que nunca se había intentado en nuestro país. Así nació la famosa empresa Vinos Argentinos, que pretendía que los productos llegaran a Estados Unidos. Era una sociedad que comenzó con diez bodegas. Con el tiempo y los problemas del país la sociedad se redujo sólo a dos bodegas y luego su única integrante fue Peñaflor.
-¿Se exportaban vinos ya?
-Había una oficina en Nueva York y se intentaba exportar. Teníamos un gerente norteamericano que estaba allá y era quien trataba de orientarnos sobre qué tipo de vinos se podían vender en ese mercado. Nosotros no sabíamos qué hacer. Recuerdo que una vez se le había preparado una degustación con cuarenta muestras y nos encontramos con la gran sorpresa de que nos dijo que esos vinos no servían para Estados Unidos. Reconocía que los vinos no eran malos pero nos explicaba que no podíamos llevarlos porque podían estar bien para el gusto argentino, pero no para el norteamericano.
-¿Cómo continuó el proceso de salir al mundo?
-La década del ‘80 fue de un gran aprendizaje para la enología argentina. Luego, en los ‘90, se adquirió maquinaria y desde 2000 salimos al mundo. En ese proceso aprendimos realmente a hacer otro tipo de vinos. Como los exquisitos malbec de la actualidad. Hemos tenido en eso un éxito rotundo. Hay otros países que han logrado poner productos en el gusto internacional, como el Syrah de Australia o el Sauvignon Blanc de Nueva Zelanda. Pero lo que se ha conseguido con el Malbec como vino tinto de guarda es impresionante. Además hoy tenemos una gran gama de bodegas, muy importantes, haciendo excelentes vinos. Hoy Argentina, en el mundo, es una marca que produce muy buenos productos, ya no somos sólo el Malbec.
Su otra pasión
-¿Por qué le gustan los autos?
-Los autos son una pasión de toda la vida. Mi padre siempre se preguntaba de dónde la sacamos. Él no era una persona fanática de los autos.
-¿A qué edad empezaste a manejar?
-Mis hermanos y yo aprendimos a manejar en un Fiat 600 italiano modelo 1958, que mi padre había comprado para mi madre. Pero creo que debo haber empezado a manejar a los 13 años más o menos. Éramos chiquitos.
-¿Ahí empezó una historia con los autos
?
-La verdad es que el automovilismo nos gustó muchísimo. Desde chicos un hermano de mi madre nos llevaba a ver los grandes premios de Turismo Carretera y Turismo Nacional. Un buen día en la década del ‘80, con mi primo Alfredo Chirino pusimos una concesionaria Ford en Villa Mercedes, en San Luis. Al poco tiempo tuvimos Ford en San Luis y después llegamos a tener 18 concesionarias.
Entre eso tuvimos Honda para la Argentina, además de Ferrari y Porsche. Con el tiempo fuimos creciendo y aprendimos muy bien el oficio de la venta de autos. En la actualidad sólo mi hermano Hugo y yo mantenemos relación con los autos. Estamos con la representación de Porsche y tenemos concesionaria Audi en Buenos Aires.
-¿Qué preferís? ¿Manejar un buen auto o tomar un buen vino?
-Primero manejar un buen auto y después brindar con un muy buen vino. Al revés no se puede hacer.
-¿Fuiste piloto de carreras
?
-Corrí diez años en el Zonal Cuyano. La pasión me llevó a entrar en la competencia de la mano de Roberto Patti, un gran amigo. Empecé corriendo en Turismo Nacional con un auto de su propiedad. Al tiempo pasé a tener autos míos. Fui campeón del TC Cuyano y actualmente despuntamos el vicio con mi hermano Hugo, en Buenos Aires, en una categoría de autos clásicos.
-¿Qué sensación te produjo que tu hijo Eduardo haya corrido el Dakar en 2011 en motos?
-Es una satisfacción muy grande. Mis hijos manejan muy bien, autos de carrera. Después Edu aprendió muy bien la disciplina del enduro y llegó a correr el Dakar, que puede ser lo máximo que le puede pasar a un endurista.
-¿Imaginabas todas las cosas que has vivido en tu vida?
-No. Yo creo que nosotros hemos sido criados por un padre que no era ambicioso. Las cosas se fueron dando; él nos enseñó a trabajar mucho. Siempre nos dio mucho para disfrutar, pero el día lunes nunca se faltaba al trabajo. Al contrario, los lunes no se podía ni siquiera llegar tarde. Eso fue una cultura que nos inculcó y que naturalmente he transmitido a mis hijos. Ellos vienen a trabajar de la forma más natural del mundo y no por eso dejan de disfrutar. Ésa es la base de todo.
-¿Qué es lo que más disfrutás de tu día a día?
-Una de las cosas que más disfruto es poder seguir teniendo una empresa familiar, junto a mi hermano Hugo. Él vive en Buenos Aires y se encarga de todo lo que es autos. Yo me encargo de todo lo que es finca y bodega. Eso fue lo que nos enseñó mi padre y toda su familia. Si a eso le quiero poner un broche de oro, agrego que tengo a dos de mis hijos trabajando conmigo.