Eduardo José Copello

El sanjuanino fue considerado un “maestro” en una época brillante del automovilismo. Esta nota publicó Los Andes el día de su muerte.

Eduardo José Copello
Eduardo José Copello

El corazón se estruja como un bollo de papel. Uno de los más grandes pilotos del automovilismo argentino nos ha dejado. Ayer, y tras dos meses y medio después de sufrir un accidente cerebrovascular, a los 74 años falleció el sanjuanino Eduardo José Copello, ex campeón de la categoría Turismo, TC, Sport Prototipo y Fórmula Uno Nacional.

Cuántas cosas por decir y contar de Eduardo Copello. Para algunos “el Cardenal” -por la sinonimia de su apellido con el más alto prelado de la Iglesia en la Argentina en su momento-, y para la mayoría “el Maestro”. Así, con mayúsculas. Porque su vida deportiva fue inmensa. Un hombre cargado de amor propio que no dejó de acelerar en ningún momento, ni en las circunstancias más duras. Escribir sobre Eduardo Copello en estas circunstancias -mas allá del dolor-, es un honor.

Poder refrescar momentos inolvidables a sus admiradores... poder contarles hechos fantásticos a las nuevas generaciones. Todo en el respetuoso marco del merecido homenaje a quien nos hiciera vibrar en cada una de sus presentaciones.

“Atención... atención. En la carrera de la vida, a la salida de una curva muy complicada, y con un trecho todavía por recorrer, acaba de abandonar 'el Maestro' Eduardo Copello...".

El piloto que llegó tarde Nacido en 1926, vivió su juventud soñando -como a tantos les pasa- en ser piloto de autos de carrera. Con un grupo de amigos armó una cupé Ford y se largó a correr con más entusiasmo que otra cosa. Dicen que como el auto no pasaba de los 150 km por hora, venía desanimado.

En medio de la ruta polvorienta, y a la entrada de un puente, alcanzó a ver a sus amigos que lo alentaban. Sin saber su posición en la carrera, sin espíritu para continuar ante las adversidades, Eduardo frenó, puso marcha atrás, se quitó el casco... y se quedó a comer el asado preparado por sus amigos.

Copello, un personaje verborrágico, a veces introvertido, gran amigo de sus amigos, seductor, compinche de la noche, amante de la música, excelente baterista, transcurrió la primera mitad de su vida entre los negocios familiares -fincas y bodega-, y la venta de autos. Con casi 30 años vuelve a relacionarse con las carreras. Adquiere un Allard-Cadillac, con el que participa de algunas en el flamante autódromo de Buenos Aires.

Su debut oficial podría ser registrado cuando compite en el "Gran Premio Vendimia", en el Parque General San Martín. La categoría era la llamada Mecánica Nacional y Copello consigue la victoria sobre su gran rival de entonces -Hugo Gimeno-. Era el primer domingo de abril de 1957, y
Eduardo manejó exquisitamente.

Animado por este triunfo, Eduardo Copello decide probar suerte en Europa. Era el año en que Fangio conseguiría su quinto título mundial con la hermosa Maserati 250F. Ese auto fue con el que consumó la gran hazaña de triunfar en Nürburgring, derrotando a las Ferrari de Hawthorn y Collins luego de haber perdido 50 segundos en una defectuosa detención en boxes. Antes de regresar al país, Copello recibe una invitación para correr en Marruecos, en una carrera sin puntos. No acepta y decide rehacer su vida.

Años difíciles

De regreso a la Argentina, Copello se separa de su primera esposa, con la que había tenido una hija. Radicado en Mendoza, se ocupa como vendedor de una concesionaria Renault y con pocos ahorros comienza a armarse un Dauphine, con el que deslumbra una tarde ganando todo. Por esos días conocería también al gran amor de su vida: Libusa Germ, una bellísima muchacha rubia de hermosos ojos celestes, que se convertiría en su gran soporte. De la unión, nacerían luego Eduardito y Constanza.

Enterado de que en Alta Gracia había un joven que conseguía resultados mágicos sobre los motores de 845 cc, de origen francés, Copello emprende un viaje de inspección sobre una destartalada R4. Logrado el contacto, nace una gran amistad con Oreste Berta. Muchos serían los viajes que tuvo que realizar la traqueteada "Renoleta", debido a los éxitos que comenzaron a cosechar en dupla.

Con el motor 1093, nace lo que luego se conocería como el “ratón escandaloso”, un Renault blanco con tanta potencia que sólo Eduardo era capaz de dominar. Rivaliza nada menos que con “Pirín” Gradassi,  en épicos enfrentamientos contra su auto Unión azul oscuro metalizado. Incluso, en una carrera de Turismo de Carretera en el autódromo de Buenos Aires, Copello descuella ante los “monstruos” de la época.

En 1966 Copello decide radicarse en Córdoba, haciéndolo temporalmente en la propia casa de Berta en la calle Kenneth Flood, frente al campo de golf de Alta Gracia. A finales de año James McCloud, presidente de Industrias Káiser Argentina, presenta en el Sierras Hotel el auto más revolucionario de la industria nacional: el Torino. En el almuerzo se anuncia la constitución de un equipo oficial para competir en Turismo de Carretera. Pilotos: Eduardo Copello, Héctor Luis Gradassi y Jorge Juan Ternengo.

El debut fue el 24 de febrero de 1967, en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Si bien Copello era el elegido como piloto principal, una falla lo retrasa y gana Gradassi ante el azoramiento de los tradicionalistas. Al año siguiente -1968- entusiasma a Berta para competir en la categoría de monoplazas denominada Mecánica Argentina Fórmula Uno. Oreste consigue reemplazar el motor Maserati original por el Tornado nacional y logran el título absoluto, aunque sin buenas relaciones personales.

Se dedicó a apoyar a jóvenes pilotos, como el caso del mendocino Emilio José Bertolini o el ascendente Jorge Recalde. Este, excepcional montañista, casi fue obligado a sentarse en un fórmula uno nacional en el que escasamente entraba. Su debut en Rafaela, nada menos, terminó en la enfermería tras incendiarse el Berta-Tornado.

Emprendedor, caprichoso, osado, un genio tras cualquier volante, Eduardo José Copello pasó por la vida pensando que el acelerador de un auto sólo tenía una posición: pegado contra la tabla.

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