Eduardo Galeano: el vanguardista de la memoria

Después de “Las venas abiertas de América Latina”, su libro hit publicado en 1971 al calor del más álgido setentismo, Galeano se volcó al micro relato, un género que hizo crecer hasta perfeccionar y marcar con su sello inequívoco.

Eduardo Galeano: el vanguardista de la memoria
Eduardo Galeano: el vanguardista de la memoria

Un libro es el lector y su circunstancia.

El lector era yo a los 20 años, la circunstancia: Bolivia en los años 90. De viaje por el país norteño junto a unos amigos descubrimos un sitio muy revelador, entre una plaza de piedras y las subidas y bajadas infinitas de la ciudad de La Paz había una especie de feria de libros, paños tirados en el piso con libros.

Lo revelador fue, sobre todo, descubrir que los libros eran truchos, no oficiales, entre la fotocopia y el artesanado, símiles plásticos que imitaban grandes casas editoriales eran vendidos sobre paños por cholas con faldas y esos gorritos perfectos; libros de tapas un poco blureadas y páginas no tan blancas que incitaban al subrayado. Pero eso no importaba, el contenido estaba ahí.

La sola idea de traficar ejemplares duplicados era genial, desde clásicos como “El extranjero” de Camus, hasta Faulkner traducido por Borges. Todos a un tercio del precio de mercado. Entre los que compré estaba “Memoria del fuego”, los tres tomos al precio de lo que en el mercado hubiera costado uno de ellos. De alguna forma supusimos que Galeano estaría de acuerdo, que toda su ideología justificaba esos pequeños actos.

Esa noche, en la habitación de la pensión donde parábamos, nos dormimos leyéndonos los micro relatos que Galeano compuso para explicar América Latina, historias plagadas de metáforas y obsesivamente despojadas de excesos, historias que de alguna forma se alineaban con ciertos temas de Gabriel García Márquez y otros, como la memoria frágil y las oportunidades sobre la tierra.

Después de “Las venas abiertas de América Latina”, su libro hit publicado en 1971 al calor del más álgido setentismo, Galeano se volcó al micro relato, un género que hizo crecer hasta perfeccionar y marcar con su sello inequívoco.

El formato de anécdota, aprendido en los cafés de Montevideo, que remata con frase final suspensiva lo llevó a crear hasta una cadencia Galeano (como existe también una cadencia Laiseca) y es que en sus últimas décadas el uruguayo se había transformado en un experto narrador oral de momentos, como Alejandro Dolina, generando una masa de fans y seguidores seducidos por las metáforas en ocasiones vergonzosas (“Sueldo de faquir” le escuche decir) y los niños súper sabios que burlaban la censura del guardia de prisión dibujando pájaros escondidos entre las ramas de los árboles o aquel niño (hijo de Santiago Kovadloff, no precisamente alineado con la izquierda) que pedía ayuda para mirar.

En la construcción de su figura pública Galeano elegía presentarse como el hijo de una familia aristocrática en decadencia que durante sus años de formación no había escatimado oficios mundanos, juntándose con algo de Soriano y mucho de Fontanarrosa, también había en el uruguayo un futbolista fracasado que finalmente había caído en la escritura por decantación. El anti héroe no elige, es elegido.

Galeano escribió su obra hit entre los 27 y los 31 años, y se convirtió a través de ella en un referente de la izquierda regional, aunque prefirió nunca identificarse directamente con un partido. "Las venas abiertas de América Latina" formó parte de un pequeño boom paralelo de literatura política que tuvo en libros como "Las Américas y la Civilización: proceso de formación y causas del desarrollo cultural desigual de los pueblos americanos" (1970) del brasileño Darcy Ribeiro (también gran fumador y víctima del cáncer y del goce que está en el cigarrillo), en "Para leer al Pato Donald" (1972) del chileno argentino Ariel Dorfman y del belga Armand Mattelart  (vendido como un "Manual de descolonización"), pequeñas biblias de la izquierda latinoamericana (para un público seudomeainstream) que cuestionaban las visiones centralistas y describían la forma en que la ideología y la violencia imperial se mezclaban para construir/destruir nuestro continente.
"Bueno, la verdad única no existe. Nada más en las cabezas de los nostálgicos.

Yo busco hechos de la realidad para que la realidad me cuente cómo son las realidades que ella esconde”, declaró en una de sus últimas entrevistas en Argentina. En 2009 el presidente de Venezuela Hugo Chávez le regaló a Barack Obama un ejemplar de “Las venas...”, un ejemplar de esa otra realidad. El libro entró al top 10 de libros más vendidos en Amazon después de este gesto.

Mientras tanto en Facebook

El mismo día que murió Galeano murió Gunter Grass. Un escritor que algo tiene de realista mágico y también un pensador de la memoria.
"Dos muertes. Dos reacciones. Lean a Gunter, archiven a Eduardo. Lo políticamente correcto no es literatura". La escritora Fernanda García Lao posteó en su muro y estalló la pequeña polémica.

Los lectores se preguntan: ¿Qué es literatura? ¿Es Galeano el Osho de la izquierda? ¿Es un error mezclar la escritura con el sacerdocio moral? ¿Cae Galeano en el lugar común? ¿Es un aforista del bien? ¿Es pertinente la polémica el mismo día de su muerte? ¿Se escribe para ser amado? ¿Se escribe para ser revulsivo? Se preguntan los lectores.

“El intento de alejarse de la expresión individual y oscura para lograr una comunicación clara y potente me parece válida (por más que a veces lo guíe por caminos trillados). Escribir difícil, es fácil. Escribir fácil, es difícil”. Postea alguien, con un espíritu más conciliador. La discusión es más que interesante y pertinente. Cualquier libro u obra que genere esa dicotomía: o lo aman o lo archivan, es digno de atención y respeto.

Relatos

En mayo se lanzará una antología de relatos de Eduardo Galeano, “Mujeres” (Siglo XXI). Aquí dos de sus textos:

Sherezade

Por vengarse de una, que lo había traicionado, el rey degollaba a todas.
En el crepúsculo se casaba y al amanecer enviudaba. Una tras otra, las vírgenes perdían la virginidad. 
Sherezade fue la única que sobrevivió a la primera noche, y después siguió cambiando un cuento por cada nuevo día de vida. Esas historias, por ella escuchadas, leídas o imaginadas, la salvaban de la decapitación. Las decía en voz baja, en la penumbra del dormitorio, sin más luz que la luna. Diciéndolas sentía placer, y lo daba, pero tenía mucho cuidado. A veces, en pleno relato, sentía que el rey le estaba estudiando. Si el rey se aburría, estaba perdida. Del miedo de morir nació la maestría de narrar.

Día de la lactancia materna

Bajo el techo ondulado de la estación de Cheng-du, en Sichuan, centenares de jóvenes chinas sonríen para la foto. 
Todas lucen idénticos delantales nuevos. Están todas recién peinadas, lavadas, planchadas. Están todas recién paridas. Esperan el tren que las llevará a Pekín. En Pekín, todas darán de mamar a bebés ajenos. Estas vacas lecheras serán bien pagadas y bien alimentadas.
Mientras tanto, muy lejos de Pekín, en las aldeas de Sichuan, sus bebés serán amamantados con leche en polvo. Todas dicen que lo hacen por ellos, para pagarles una buena educación.

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