Cada 25 de mayo es importante recordar la decisión de aquellos próceres de 1810. En el Cabildo de Buenos Aires se puso en marcha un proceso emancipador que tendría su coronación con la declaración de la independencia, 6 años después, en Tucumán.
Nadie puede olvidar el sentimiento de libertad de aquellos habitantes del puerto argentino, que presionaron con su reclamo a los miembros del Cabildo para que dieran a conocer definiciones sobre el desprendimiento que comenzaba a gestarse entre las paredes del histórico edificio.
En la fundacional Semana de Mayo se puso en marcha un proceso revolucionario que marcó el nacimiento del país al que cada argentino aprendió a querer desde su infancia.
Fue el pueblo porteño el que exigió la total prescindencia de la Corona de España. Para ello consiguió que se violentara la férrea resistencia del virrey Cisneros. Fue el paso necesario para que el fuego revolucionario alumbrara al primer gobierno patrio, la Primera Junta. Hay que destacar, que la base de argentinidad que instaló aquella gesta fue lo suficientemente sólida, nunca tambaleó, pese a diferencias y rivalidades, a lo largo de los años, en el trayecto hasta la definitiva unión nacional.
Ese derrotero dejó una pérdida de vidas y recursos importante, pero tuvo su coronación con la normalización que significó la Convención Constituyente de 1853, que cumplió con el anhelo de quienes durante 43 años tomaron la posta de la cruzada iniciada en el Cabildo Abierto de 1810.
La gesta fundacional comenzó a erradicar de la región el autoritarismo colonial de aquellos tiempos. Y esos preceptos de mayo de 1810 y la consolidación de la Argentina republicana de 1853 marcaron el camino definitivo a seguir.
Ya en nuestros tiempos, tras haber superado un siglo de inestabilidad política, lo que derivó en frecuentes interrupciones democráticas, nuestro país retomó el camino del orden institucional en 1983. Sin embargo, con los años esa normalidad republicana no halló en la dirigencia a cargo de conducir el Estado la idoneidad y honestidad capaces de mejorar la vida de los argentinos.
En una nación consolidada, las instituciones deberían ser capaces de poder superar las diferencias y fijar políticas de Estado que permitan hacer frente con éxito a los males que con el curso de los años han llevado a un grave deterioro de la raíz social: pobreza, marginalidad e inestabilidad económica. Claro, para ello también es primordial que muchos depongan sus embates contra esas instituciones cuando sus integrantes no responden a sus propios intereses.
Es por ello que la épica de los hombres de mayo de 1810 contrasta con las mezquindades y miradas cortoplacistas que identifican a la dirigencia política de la Argentina actual, sin distinción de partidos o ideologías.
En mayor o menor medida, todos son responsables del escenario actual, que es el de un país marcado por la desesperanza de sus ciudadanos, con indiferencia creciente hacia sus dirigentes políticos, el empobrecimiento y el convencimiento de muchos de que un futuro próspero únicamente se puede visualizar buscando otros horizontes.
Es obligación de la actual dirigencia lograr acuerdos, como los de los fundacionales de Mayo de 1810 para que la Argentina retome un sendero que mucho costó construir.