Videos de alumnos peleándose en la vereda de los establecimientos o en sus inmediaciones se han vuelto moneda frecuente en los noticieros de los canales de TV. Episodios de esta naturaleza se registran en distintos lugares del país, especialmente en el área de Santa Fe, en Corrientes y en la provincia de Buenos Aires, pero también en nuestro territorio.
A fines de marzo dos estudiantes de la escuela secundaria “Carlos Masoero” del distrito La Pega (Lavalle) protagonizaron un grave hecho de violencia. La misma fuente documental –el video- permitió ver como una jovencita atacaba a otra con golpes de puño, patadas en la cabeza y la arrastraba de los cabellos.
Sería poco menos que imposible llevar el recuento de los episodios de esta naturaleza que se suceden en las cercanías de los colegios secundarios, pero estos hechos violentos preocupan a los padres, a los educadores y a la comunidad en general, y los ciudadanos se preguntan cuándo disminuirán, y más aún, cuándo cesarán.
Hay muchos sucesos de extrema agresividad en la vida comunitaria que nos toca de cerca, especialmente en los incidentes de tránsito, que inclusive han llegado hasta la muerte de participantes en discusiones callejeras, como ocurrió en Tunuyán con el entrenador de vóley Carlos Amieva, en enero de este año.
Todos son sucesos graves, preocupantes, pero esta tendencia que se está dando de las peleas entre estudiantes va subiendo en intensidad y se repiten sin que se puedan encontrar los mecanismos para evitarlas o abortarlas, ni siquiera prevenirlas.
Lo delicado es que las golpizas entre alumnos tienen protagonistas directos y espectadores, los propios compañeros, muchos de los cuales no se empeñan en separar a los contendientes, sino que por contrario en ocasiones algunos jóvenes incitan o alientan a los participantes a ser más duros con el ocasional rival.
Abonamos la teoría de que los establecimientos se están ocupando de la situación, con sus gabinetes psicopedagógicos y especialistas, porque además del implícito peligro que corren los ‘peleadores’, las instituciones educativas sienten que se ensucia su imagen y se desprestigia la función formadora que está a su cargo.
Por otra parte, estos desbordes entre adolescentes tienen muchos comentarios en las redes sociales, pero, en general, hay escasa intención de difundir ideas o argumentos para que cesen los enfrentamientos.
Los padres, por supuesto, tienen un papel primordial en la cruzada de desalentar estas conductas violentas. En el hogar se pueden generar diálogos que predispongan los ánimos y se disminuya la carga de iracundia, desatino y salvajismo que observamos en los hechos motivos de este comentario editorial.
Coincide con nuestra tesis en cuanto al servicio de amparo y guía de los progenitores de los adolescentes, la neuropsicóloga Cecilia C. Ortiz. “Desde mi lectura –sostiene- los adolescentes sienten que no hay espacios de escucha y tiene que ver con que nosotros, los adultos, no nos paramos frente a ellos en un lugar de escucha porque estamos tan ocupados que no los atendemos. Cuando uno carece de la posibilidad de poner en palabras, en símbolos las emociones, éstas se trasladan directamente a la acción sin oportunidad de juicio ni de crítica, claro hablando en forma general porque hay casos y casos”.