La tensión existente dentro del frente político gobernante en el país es preocupante por su automático traslado al plano institucional. Y en esa crisis interna el que aparece cada vez más debilitado es el presidente de la Nación, al punto de perder casi todo el relativo manejo que siempre tuvo sobre su propio equipo de colaboradores.
En los últimos días, el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, criticó al Presidente por no haber sido invitado a una reunión con el brasileño Lula da Silva, en su reciente visita al país. Recibió dura respuesta de los ministros Aníbal Fernández y Victoria Tolosa Paz, de los pocos leales a la investidura presidencial que se mantiene, con lo cual el entredicho adquirió características de papelón.
Otro referente del influyente camporismo, el ministro bonaerense Andrés “Cuervo” Larroque, calentó más el clima interno al acusar al titular del Ejecutivo de no haberse interesado debidamente del frustrado atentado a Cristina Kirchner. “Tuvo ingratitud y poca inteligencia”, dijo de Fernández entre otras duras definiciones.
Y en una posterior reunión plenaria estos funcionarios y otros influyentes personajes del kirchnerismo analizaron el futuro rumbo electoral del Frente de Todos y le exigieron al Presidente que, en su condición de titular del Partido Justicialista, constituya una mesa de negociación política para definir candidaturas, fundamentalmente la presidencial.
Sabido es que Alberto Fernández venía defendiendo su idea de fomentar competencia interna en las próximas PASO, incluso con la posibilidad de posicionarse él mismo; un afán reeleccionista con muy poco sustento si se tienen en cuenta los bajos índices de credibilidad e imagen que tiene en la sociedad. Aunque dicha caída se hace extensiva a la totalidad de la dirigencia oficialista.
Lamentablemente, esa tensión que invade al espacio gobernante en el país potencia desaciertos, marchas y contramarchas de gestión y torna muy confuso el escenario económico y social de cara a este año electoral.
Esa suerte de desmanejo por parte del Presidente se refleja en decisiones contradictorias e irritantes que pocos saben cómo surgen, por qué se producen. En Mendoza tenemos en estos días un ejemplo clarísimo de esa confusión con el otorgamiento de tierras en el sur provincial a supuestas comunidades mapuches, lo cual generó una rápida reacción de las autoridades provinciales.
¿Cómo es posible que el vicepresidente del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, el organismo que rige en el tema, sostenga públicamente que “no se entregó un metro de tierra, simplemente se ha reconocido una ocupación actual”? Un derecho que proviene “de tiempos inmemorables”, según afirmó. Todo, a espaldas de la Provincia, en forma inconsulta y prepotente, avanzando sobre el desarrollo petrolero, por citar uno de los recursos afectados.
Un muy claro ejemplo del desconcierto que genera un gobierno nacional en el que la autoridad presidencial siempre estuvo supeditada a decisiones de otros referentes, como es el caso de la vicepresidenta de la Nación y su legión de seguidores. En ese contexto, esta administración dejará el triste recuerdo de sus embestidas a los símbolos de la institucionalidad republicana y una economía maltrecha de la que sólo espera un leve alivio de la crisis inflacionaria sólo por una especulación electoral.