Comenzó en el Vaticano un juicio histórico por corrupción y malversación de fondos en el seno de la Iglesia Católica. Se trata del mayor proceso judicial que se recuerde en años. La causa es por la confusa adquisición de un lujoso edificio en Londres. La operación produjo una notable sangría en las finanzas de la institución.
El principal acusado es el cardenal Angelo Becciu. Este proceso lo ubica como el primer dignatario de la Iglesia en afrontar un juicio en su contra de las dimensiones del que acaba de iniciarse. Lo que investigará la Justicia es si hubo una defraudación a la Iglesia por parte de un grupo de empresarios o si todo responde a un sistema de corrupción interno comandado por personajes de la jerarquía.
El cardenal Becciu ocupó el cargo de Sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano entre 2011 y 2018 y es juzgado junto a otros nueve acusados, entre los que se encuentran funcionarios de la Curia Romana (el obispado de la capital italiana, directamente a cargo del Pontífice) y empresarios. Todos se enfrentan a penas de mucha trascendencia en virtud de la gravedad de los cargos que se ventilan, si éstos, como muchos suponen, son comprobados. El juicio está a cargo de un tribunal antimafia italiano.
El delicado asunto compromete seriamente la credibilidad en la administración de los recursos del Vaticano, algo que fue planteado desde distintos ámbitos, pero que salió más a la luz en los años recientes.
Durante el papado del ahora emérito Benedicto XVI comenzó un tiempo de fuertes turbulencias en el seno de la Iglesia. No sólo salieron a flote algunas cuestiones vinculadas a lo financiero, como lo que ahora motiva este juicio; también conmovieron las estructuras de la Iglesia innumerables casos de abusos sexuales, llevados a cabo en distintos lugares del mundo durante décadas por religiosos a los que no siempre se los había identificado públicamente y sancionado. Hubo sorpresas, pero también silencio en algunos casos. La cruel realidad perturbó al extremo al Papa que dio un paso al costado.
Con su arribo al papado tras la dimisión de Benedicto XVI, el papa Francisco debió hacerse cargo de esa turbulenta situación, pero sin poder encarrilar aún en sus años de pontificado el cúmulo de irregularidades observadas, tanto en lo estrictamente moral como en el oscuro manejo de las cuentas y bienes vaticanos.
En el juicio que comienza, entre las diez personas acusadas cinco se encontraban al servicio del papa Francisco durante la compra. Claro está que es imposible exigir que el jefe de la Iglesia, con su avanzada edad y un cúmulo de actividades a cuestas, pueda haber omitido voluntariamente la consumación del escándalo que está a punto de comprobarse.
El papa argentino es un perseverante predicador contra la corrupción. Es de desear que esta situación extrema contribuya con su difícil tarea de remoción del seno de la Iglesia de personajes que se valen de la solidaridad cristiana para la consumación de detestables negociados.