El Gobierno nacional realizó el domingo al mediodía, en el ámbito del Centro Cultural Kirchner, un homenaje a los fallecidos por coronavirus. Fue un acto cargado de simbolismo, tanto por lo que incluyó como por lo que omitió, y por el momento mismo que se eligió para tan importante evento.
Sin grandes preámbulos ni preparativos previos, casi se podría decir que constituyó una decisión de última hora. Y si bien se invitó a participar a los gobernadores, que la ceremonia se celebrara en Buenos Aires y que su actor principal fuera el presidente Alberto Fernández habla a las claras de que se trató de ratificar que a todo lo que se vincula con la pandemia lo determina el Poder Ejecutivo nacional de manera unilateral.
Por si no queda claro, ¿no se podría haber promovido que cada una de las 24 jurisdicciones realizara un acto con su propia impronta para honrar a sus muertos?
En otro sentido, parece evidente que el Gobierno quiso anticiparse a la fatídica cifra de 100 mil víctimas directas del coronavirus.
En una entrevista con Jorge Fontevecchia, en abril del año pasado, el presidente Fernández, al justificar la cuarentena que había dispuesto, señaló que él prefería “tener un 10 por ciento más de pobres y no 100 mil muertos” por la pandemia.
Pues aquí estamos, después de haber perdido 10 puntos del producto interno bruto, con varios nuevos millones de pobres y con más de 92 mil muertos al día del acto, sin que Fernández haya sido capaz de esbozar la más mínima autocrítica sobre su plan para la emergencia sanitaria.
Por el contrario, en su discurso de homenaje sostuvo: “Derrotaremos a la pandemia”. ¿Se puede usar, en estas circunstancias, un verbo cuyo campo de sentido apunta fundamentalmente a la acción bélica? Derrotar es vencer a un ejército enemigo; y por extensión, implica ganar en enfrentamientos cotidianos, como pueden ser las competencias deportivas.
Así no tuviésemos tamaña cantidad de muertos –equiparables, por cuestiones de población, al medio millón de brasileños fallecidos por el coronavirus–, seguir creyendo que estamos en guerra contra un virus y que podemos derrotarlo cuando apenas contamos con vacunas que morigeran sus efectos en nuestro organismo –pero ni siquiera nos aseguran que estemos a salvo de contagiarnos–, da cuenta de un grave error de perspectiva.
El mismo error que se ha cometido al señalar, en reiteradas ocasiones, que este virus puso en crisis al capitalismo y al neoliberalismo.
Más allá de la palabra presidencial, ¿en qué consistió el acto? En encender unas velas, leer unos poemas e interpretar temas representativos de distintos géneros musicales.
¿Eso es todo lo que podemos generar para conmemorar a las víctimas de la pandemia? La ausencia de la contención que brindan los credos religiosos ante el enigma y la angustia de la muerte fue notoria.
En conclusión, el pretendido homenaje no fue más que un nuevo paso en falso del Presidente y de sus colaboradores más inmediatos.