La nueva conducción económica del país, a cargo de la ministra Silvina Batakis, no comenzó de la mejor manera. Su designación se anunció luego de que durante más de 24 horas los nombres de conocidos economistas se mencionaran como posibles sucesores de Guzmán.
La trayectoria de la nueva funcionaria en cargos públicos dejó la sensación de que el Gobierno optó por ella por la garantía política que supone su larga pertenencia al justicialismo.
La primera semana de la nueva funcionaria transcurrió entre la inestabilidad económica y cambiaria y las urgencias internas del frente gobernante, entre las cuales se debió incluir la definición de su elenco de colaboradores, dado a conocer recientemente en la tarde del viernes y en el cual continuarán ejerciendo sus cargos varios funcionarios que mucho molestaron al anterior titular del Palacio de Hacienda.
Por otro lado, en la semana se pudo observar al empresariado argentino en general expectante e interesado en saber qué medidas concretas podría anunciar la nueva conducción económica en medio de una inestabilidad desconcertante.
La ministra Batakis habló mucho en los medios, pero no tomó decisiones de acuerdo al tenso momento que viven la política y la economía. Si bien buscó tranquilizar las expectativas señalando que cree en el equilibrio fiscal en el Estado, sus opiniones sobre el cepo cambiario aportaron mayor intranquilidad.
La sucesora de Guzmán se encontró con otro tipo de urgencias a resolver, como pagos de la deuda externa previstos, la negociación clave con el Club de París ya agendada, las licitaciones de los bonos en pesos y cómo atender la demanda del sector productivo. Destacan los analistas un dato no menor: el cumplimiento de los objetivos fiscales de la Argentina se halla supeditado al crecimiento del gasto público, que de ninguna manera cede.
Agrava el cuadro de situación la opacada figura presidencial. Tras el impacto por la renuncia del ministro Guzmán, Alberto Fernández cedió protagonismo y transitó la primera semana de su nueva ministra de Economía con total pasividad, sin agenda pública y sólo abocado a terminar de dirimir las fricciones internas del espacio gobernante.
Llama poderosamente la atención semejante nivel de pasividad del presidente de la República en un momento en el que la sociedad necesita definiciones precisas sobre el rumbo del país. Alberto Fernández le viene dedicando más tiempo a la disputa dialéctica con su vicepresidenta que a las prioridades de un país inmerso en una peligrosa crisis.
Y si de diferencias en la interna del espacio gobernante se trata, Cristina de Kirchner volvió a hablar, ahora desde su provincia. Esta vez no fustigó al elenco ministerial del Ejecutivo, pero calificó de irresponsable y desestabilizador a Guzmán por la forma en que renunció. Llamativo cambio de actitud por parte de quien, por el contrario, fustigó antes al ahora ex funcionario en cada oportunidad que pudo hacerlo.
Guzmán seguramente se fue movido por el hartazgo de las críticas y peleas internas del Gobierno. En todo caso, habrá que determinar si la desestabilización a la que aludió la Vicepresidenta no proviene de la guerra intestina de su espacio político. Guerra que contribuye a horadar más la credibilidad de los argentinos en sus instituciones.