En un pasaje de nuestro artículo editorial de ayer indicamos que el discurso por cadena nacional del presidente Alberto Fernández, a última hora del jueves luego de conocerse el frustrado ataque a la vicepresidenta de la Nación, poco había contribuido a la búsqueda de armonía que se requiere en la sociedad, muy especialmente entre políticos.
En su mensaje el presidente de la Nación hizo nuevamente mención a lo que el oficialismo considera “discurso del odio”, que atribuye a políticos opositores, funcionarios judiciales y representantes de los medios de comunicación que no hacen otra cosa que emitir opinión sobre los hechos que generan los poderes del Estado, siempre de acuerdo a las normas de libertad de expresión vigentes en nuestro régimen republicano.
El doctor Fernández no sólo no tuvo prudencia en pasajes salientes de su discurso, sino que, además, invadió funciones de la Justicia al señalar que se había comunicado con la jueza actuante en el caso del frustrado ataque a la Vicepresidenta para instruirla al respecto, lo cual constituye una seria intromisión que prohíbe la norma constitucional.
Por otro lado, el Presidente dispuso en ese momento dar a conocer su decisión de decretar un feriado nacional para la jornada del viernes “para que, en paz y armonía, el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia y en solidaridad con nuestra vicepresidenta”, según lo que argumentó.
Obviamente, la medida sorprendió a la mayor parte de la ciudadanía, que debió acomodarse en poco tiempo a la disposición tomada por el jefe del Poder Ejecutivo con el solo argumento de respaldar a quien es, sin ninguna duda, la líder del espacio político gobernante en el país.
Hubo un par de excepciones, Mendoza y Jujuy, cuyos gobernadores resolvieron no adherir al sorpresivo feriado, más que nada por la imposibilidad de adaptar las actividades de la comunidad a un día no laborable sin el tiempo previo necesario.
Las autoridades locales repudiaron el ataque, pero consideraron que la medida del Ejecutivo nacional sólo generó incertidumbre y confusión.
Lo lamentable es que, finalmente, el feriado sirvió, más que nada, para potenciar posturas partidarias de parte del oficialismo y acentuar críticas hacia los sectores que el kirchnerismo considera responsables de su crisis, algo cada vez más alejado de la realidad.
En el acto multitudinario convocado en la Plaza de Mayo todos los oradores insistieron con el argumento de que el clima de violencia y odio que sufre la Argentina es de absoluta y única responsabilidad de los medios periodísticos independientes, de la Justicia y de la oposición.
En eso consistió la llamada jornada de meditación a la que convocó de apuro el presidente de la Nación con motivo del atentando contra Cristina Kirchner.
De ningún modo se observó la armonía con la que el Presidente justificó el día no laborable.
Pretender demostrar que el supuesto odio proviene sólo de un sector de la comunidad es no querer ver y reconocer desde el oficialismo de turno que sus personajes también están impregnados de la misma repugnancia con la que pretenden rotular a una mayoría ciudadana que, cada vez con más enojo, lo que reclama es que el país funciones normalmente.
Estamos viviendo circunstancias históricas lo suficientemente trascendentes como para reducirlas a las meras conveniencias partidarias de alguna de las facciones en pugna.