Se cumplieron recientemente 6 meses de la invasión de Rusia a Ucrania, una acción desmedida del gobierno de Moscú para buscar acentuar su protagonismo en aquella región, restaurar su innato expansionismo, puesto en jaque por el acercamiento estratégico ucraniano a los países occidentales.
Este medio año de acción bélica en Ucrania coincidió, además, con un nuevo aniversario (el número 31) de la independencia de ese país de la Unión Soviética, fecha patria para la nación hoy sometida al instinto bélico de Vladimir Putin.
Hay analistas que sugieren que son muchas las señales que marcan que, en lo militar y en lo económico, la guerra se está inclinando paulatinamente a favor de Ucrania, que cuenta con aliados occidentales que han aportado recursos que permitieron consolidar la resistencia del país invadido.
Las armas que llegan desde Occidente motivaron a las autoridades de Kiev a llevar a cabo una importante serie de ataques a la logística y a las bases rusas. La península de Crimea fue escenario de esa acción en las últimas semanas.
Como destaca la prensa especializada, se trata del mayor enfrentamiento bélico entre países europeos desde la Segunda Guerra Mundial y no se vislumbra todavía un final para la aventura emprendida por Moscú. Gran incógnita.
Pese a la audacia y eficacia demostradas por los ucranianos en la búsqueda de blancos estratégicos del enemigo, hay que tener en cuenta que Rusia mantiene superioridad en cuanto a cantidad de armas y municiones, según precisan expertos. Es por ello que las autoridades ucranianas, si bien reconocen el apoyo material recibido en estos seis meses de conflicto, siguen sosteniendo que la ayuda militar occidental es y ha sido lenta.
Al margen de tantas especulaciones sobre el futuro de la guerra, corresponde reparar en el tema más delicado: la situación de la población ucraniana en medio de la devastación por los ataques rusos y las respuestas de las fuerzas locales.
Según la última y reciente estimación de las Naciones Unidas, habría más de 5.500 civiles muertos, aunque el organismo advierte que la cifra podría ser mayor.
A estos números hay que sumar la enorme destrucción sufrida por el país invadido, tanto en infraestructura como en sus recursos económicos. En la zona de mayor acción por parte de las tropas rusas se pueden observar ciudades literalmente arrasadas por los efectos de los bombardeos y las acciones de artillería.
Pero hay otro dato dramático. A mediados de agosto el número de refugiados, es decir, de ucranianos que debieron huir de su tierra por los efectos de la guerra, ascendía a cerca de nueve millones, siendo Polonia y Rusia los destinos más requeridos.
Todo conduce a exigir de la comunidad internacional una mayor preocupación por las derivaciones de la guerra, en especial por los efectos en la población invadida y erradicada de su lugar de residencia. Y esa acción que se propone debería incluir negociaciones más firmes en pos de lograr una salida negociada para tanto desatino, sin dejar de reconocer que la mayor responsabilidad por esta tragedia recae sobre el férreo manejo que ejerce el ruso Vladimir Putin, a quien una eventual firma de paz no lo debería eximir de rendir cuentas ante la justicia internacional por los crímenes provocados.