En los primeros meses de este año, cuando faltaba poco para que se cumplieran dos años de la invasión de Rusia a Ucrania, producida a fines de febrero de 2022, el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, se quejaba del poco apoyo que recibía su país de parte de Occidente. Debía tenerse en cuenta que tanto Estados Unidos como la mayoría de las naciones europeas condenaron en todo momento la acción emprendida por Moscú.
En una entrevista periodística con una conocida revista europea, el líder ucraniano fue tajante en aquel momento: “Putin se los comerá para cenar junto con su Unión Europea, OTAN, libertad y democracia”, sentenció en aquel momento con enojo a sus aliados, ya que era notoria la reticencia de Estados Unidos por las trabas que ponía en el Congreso el sector republicano, influido por el pensamiento de Donald Trump. Luego se produjo un quiebre en la oposición estadounidense y así pudo liberarse un mayor presupuesto de asistencia a las fuerzas ucranianas previsto por el gobierno de Joe Biden.
Evidentemente, el panorama cambió y ahora Ucrania se siente más respaldada en cuanto a equipamiento y financiamiento. Y es muy probable que ese renacer haya dado impulso para las actuales acciones bélicas, en las que el protagonismo lo ganó notoriamente el ejército ucraniano en territorio ruso. Los combates son en la zona de Kursk. Incluso hubo en estos días ataques con drones sobre los alrededores de Moscú. Kursk tiene un simbolismo especial para los rusos, ya que en esa región se desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial una histórica batalla entre blindados entonces soviéticos y alemanes, en la que las fuerzas del Kremlin consiguieron evitar el intento de invasión nazi.
Debe tenerse presente que, si bien la actual ofensiva por parte de las fuerzas de Ucrania ha sido bastante efectiva, el apoyo de los aliados seguirá siendo vital para que las autoridades de Kiev puedan asegurar una acción que les permita, al cabo de un tiempo, incomodar la invasión previa de las fuerzas de Moscú.
En ese contexto, no resulta redundante recordar que desde el comienzo del conflicto ciudades prósperas y con potencial económico fueron afectadas por los intensos bombardeos de las fuerzas militares del país invasor. El daño a la infraestructura ucraniana resultó muy lamentable y más de una vez no hubo respeto ni por mujeres y niños, como cuando se produjo, a poco de iniciadas las acciones, el lamentable bombardeo a un hospital infantil, con muertos y heridos entre los menores y mujeres embarazadas.
Siempre hemos señalado desde este espacio que el ya largo conflicto, como otros que también se desarrollan en diferentes partes del mundo, debe preocupar principalmente por lo que se pueda esperar de un líder como Putin, que con su desmesurada frialdad ha encarado una suerte de reivindicación imperial rusa a través de un sendero de destrucción y atropello sobre la población civil del país invadido, que ahora busca con sus ataques sobre territorio del agresor hacer valer su dignidad como nación.
Más allá de los intereses legítimos de Ucrania, debería ser bienvenida toda muestra de interés a nivel internacional para encarar la gestión de una tregua que permita contemplar en perspectiva la situación creada y buscar una salida, probablemente difícil de consensuar en virtud de la postura de Rusia. El esfuerzo para esa solución es necesario ante el sufrimiento y la humillación de una sociedad injustamente avasallada que quiere vivir en libertad y en democracia.
