El Gobierno nacional sigue perdiendo la “guerra contra la inflación” en todos sus frentes. El índice de precios al consumidor de abril estuvo unas pocas décimas por debajo del de marzo, con un núcleo duro muy alto que impactará en el de mayo.
Y el endeudamiento del Banco Central con el sistema financiero local a través del sistema de pases pasivos y letras de liquidez (Leliq), cuyo objetivo es, casualmente, frenar la inflación, se ha vuelto impagable.
Como el volumen de pesos que emite el Banco Central para financiar el déficit del Estado es tan grande, busca que una parte de esos pesos no llegue al mercado para que no se acelere la inflación.
Entonces, los bancos le prestan dinero al Banco Central, a cambio de las Leliq.
Como en cualquier préstamo, se pactan intereses. Para pagar esos intereses, el Banco Central tiene que emitir más pesos.
Y como los intereses de las Leliq crecen por efecto de la inflación, la emisión monetaria mensual crece al ritmo de la emisión de deuda.
Ambas emisiones, aunque el Gobierno no lo reconozca, impactan sobre la inflación de todas maneras.
Si la emisión de deuda se detuviera, pero continuara la emisión de dinero, la inflación sería más alta.
Si las Leliq sobreviven es porque los ciudadanos no percibimos que impacten en nuestros bolsillos como lo hace el índice de precios al consumidor.
De hecho, cuando era candidato a presidente, Alberto Fernández quiso llamarnos la atención sobre el tema como si fuera un negocio espurio montado por la administración Macri para beneficiar a sus “amigos” del sistema financiero: “Voy a dejar de pagar la usura que se llevan los bancos”, prometió, y sostuvo que usaría ese dinero para mejorar en alrededor de un 20 por ciento los ingresos de los jubilados.
Cuando Fernández asumió, el stock de Leliq era de 1,27 billones de pesos. Hace una semana, representaba 5,46 billones de pesos.
Al cambio mayorista, equivaldría a unos 47.800 millones de dólares. Un monto superior al préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) pactado por Macri y reformulado por Fernández.
Las cifras parecen demostrar por sí mismas que el monto de las Leliq no debiera seguir aumentando.
Por la inercia de la refinanciación periódica y los crecientes intereses, esto solo sería posible con un programa de reducción del monto global del corto al mediano plazo.
Pero nadie tiene un plan para ello. Si el oficialismo trata de patear el tema para adelante y que, llegado el caso, lo resuelva otro, la oposición prefiere no arriesgar opinión.
Entre uno y otro, el kirchnerismo, que se opone a la política económica de Fernández, genera propuestas legislativas cuya aprobación aumentaría el gasto público.
Al cuadro de alta inflación y nueva caída de la actividad económica que vivimos, la crisis de la coalición gobernante y la falta de claridad de objetivos y liderazgo en la oposición le agregan incertidumbre.
Los programas de reforma y estabilización que el país requiere parecen estar cada vez más lejos.
Hay demasiado ruido político y mucha improvisación económica para que un cambio estructural pueda resultar factible.