El gobierno nacional afrontó una semana muy tensa por resultados adversos recibidos en el ámbito parlamentario. Avatares propios de la política que no deberían sorprender más allá del lógico disgusto por el voto mayoritario en contra. De todos modos, la dura reacción del oficialismo, a partir del presidente de la Nación y varios de sus colaboradores, obliga a reflexionar sobre la necesidad de la templanza en el manejo de la relación entre oficialismo y oposición, lo que no supone de ninguna manera tener que resignar objetivos o ideales.
El oficialismo sintió de cerca el rigor de ser una clara minoría en ambas cámaras; una realidad surgida del voto popular. Ahora la oposición sentó presencia. Evidentemente, el apoyo que el oficialismo recibió hasta el momento de parte de sectores de la oposición que se definieron como garantes de la gobernabilidad se resumió en planteos de forma y no de fondo con relación al contenido del plan de gobierno del presidente Milei. Aunque con muchos cambios con respecto a la propuesta original, la Ley de Bases fue puesta en marcha y ese fue el correcto gesto de los sectores dialoguistas del Congreso.
Resultaba en ese momento de suma importancia que las cámaras legislativas contasen con un gran protagonismo en virtud de la profundidad de las medidas puestas a consideración y la gran expectativa social por las mismas. Debe tenerse en cuenta que el actual gobierno nacional fue el primero en muchos años en acceder al poder ampliamente respaldado por el voto de la ciudadanía prometiendo un fuerte plan de ajuste.
No obstante, la crisis que vive la Argentina hace imprescindible el diálogo entre políticos. Hasta en las instancias más difíciles para una gestión debe prevalecer la templanza que lleve al grado de aplomo que necesitan los argentinos de sus dirigentes.
Ante una inapropiada insistencia por oponerse a todo lo que genere el actual gobierno por parte del sector parlamentario que representa a la anterior gestión, pasa a tener un protagonismo y una responsabilidad extremas la labor de los sectores partidarios dispuestos en todo este tiempo a colaborar con la gobernabilidad.
Para ello, entre otras consideraciones, el Poder Ejecutivo debería poner límites a los insistentes calificativos con que se suele acusar a quienes votan distinto. Aunque ello no significa desconocer el grado de razón que tiene el presidente Milei cuando se refiere a los indudables desaciertos de la anterior gestión, como remate de muchos años de desatinos que redujeron recursos y derivaron en una crisis social sin precedente.
Eso, sólo se puede contrarrestar ejecutando muchas de las medidas ahora puestas en práctica. Pero para ello se requiere una importante cuota de aplomo por parte del Gobierno hasta encontrar las vías de escape necesarias para salir del atolladero heredado.
Hay que tener en cuenta que el desprecio sistemático por los adversarios políticos puede conducir a una tentación de uso autoritario del poder que tampoco resulta convincente y adecuado en un país que, con muchos avatares en tal sentido, ha sabido transitar ya cuatro décadas de democracia en forma digna.
Las medidas puestas en práctica serán plebiscitadas por el actual gobierno durante las elecciones legislativas del año próximo. Si la ciudadanía las acompaña, el oficialismo logrará mejorar su composición parlamentaria y, así, el nivel de convivencia política con otros sectores. Esa es la única forma para transitar en orden el sentido de la república.
