Recrear el sentimiento independentista de 1816

El espíritu patrio de los congresistas de Tucumán debería inspirar el derrotero de la actual dirigencia política, en deuda con muchos reclamos de la ciudadanía.

Recrear el sentimiento independentista de 1816
Declaración de la independencia Argentina.

El proceso que generó la declaración de la independencia, el 9 de julio de 1816, en Tucumán, fue fruto de la unión de notables líderes militares y políticos de aquella época fundacional del país. Se trató de líderes, siempre recordados, de los que nadie duda sobre el patriotismo que los motivó, complementado por una gran honestidad intelectual.

Los próceres de Tucumán demostraron con hechos y actitudes la decisión de otorgarle a la Argentina incipiente de entonces las bases para un despegue que le permitiera decidir su derrotero sin depender de otros mandos.

Justamente, la premura de los hombres de la independencia para concretar su búsqueda pasaba por evitar que cualquier reacción imperialista pudiera afectar el plan patriótico trazado el 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires.

Tras aquella gesta de 1816, no fue fácil para los argentinos que sucedieron a través de décadas a los hombres del Congreso de Tucumán mantener la convivencia deseada. Transcurrieron años de enfrentamientos y, a raíz de éstos, muchas vidas sacrificadas en la lucha por la imposición de ideas que cada uno de los protagonistas creyó la mejor opción. Sin embargo, nada hizo tambalear al extremo los ideales independentistas y así se llegó al acuerdo de San Nicolás, de 1853, que dio el empujón hacia la definitiva organización nacional.

Deteniéndonos ya en nuestra época, se puede observar una Argentina consolidada institucionalmente, que celebra 40 años ininterrumpidos de vida democrática. Un logro, indudablemente, luego de muchas décadas de inestabilidad en la que alternaron gobiernos civiles y militares. El cumplimiento pleno de los ideales reunidos por los congresales de 1816.

Sin embargo, no pasa inadvertida en la Argentina de hoy la alarmante decadencia en lo económico y social como fruto de muchos años de políticas equivocadas y un desordenado manejo de las cuentas públicas. Hoy tenemos un país en decadencia; lo demuestran los alarmantes índices de pobreza y marginalidad. Se ha dicho y vale reiterarlo siempre: los pobres son la gran deuda de la democracia reinstaurada a fines de 1983.

El desencanto de gran parte de la población es creciente. Cientos de argentinos, preferentemente jóvenes, parten buscando otro rumbo que les garantice estabilidad económica, prosperidad y un reconocimiento a su idoneidad. La pérdida de profesionales aquí formados es lamentable.

Consolidar la independencia lograda hace 207 años es responsabilidad de cada uno de los argentinos. Aquella ratificación de la liberación de cualquier poder extranjero suponía dar paso a una organización nacional que tuviera como objetivo el bienestar de la población.

Ese mensaje debería retumbar hoy en los ámbitos de poder, en la clase dirigente, hombres y mujeres de la política que demuestran mayormente desenvolverse de espaldas a las necesidades de la gente. Priorizan sus intereses y apetencias en la disputa por el poder y dejan relegadas las necesidades del pueblo al que deben representar.

La independencia se debe consolidar paso a paso, día a día, buscando constituir un país que contenga y que no expulse a sus habitantes. De lo contrario, aquel histórico esfuerzo emancipador será sólo una parte escrita de nuestra historia.

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