El Gobierno nacional restringió una vez más el acceso al dólar, al ampliar el cepo cambiario para impedir determinadas operaciones financieras.
Nuestra economía enfrenta una serie de obstáculos que se potencian mutuamente.
Sobreabundancia de pesos por una constante y fuerte emisión; falta de dólares en el mercado; alta inflación, más las restricciones a la compra de moneda extranjera que alimentan la brecha cambiaria.
En ese contexto, individuos y empresas tratan de sobrevivir con ingenio para sostener el valor de sus dineros.
Un circuito financiero que se había vuelto habitual implicaba la compra de un título argentino en pesos, que luego se vendía en dólares.
Entonces, se adquiría un segundo bono, con una mejor cotización y en dólares, para, al venderlo, hacerse de más pesos.
El trayecto comenzaba en el mercado oficial, con valores bajos gracias al Banco Central, y se cerraba en el mercado paralelo, donde los precios del dólar están más altos, por la distorsión que genera el Gobierno con su intervencionismo –que, además, atrasa el tipo de cambio, pues impide que la moneda se devalúe al ritmo de la inflación.
La resolución coordinada por la Comisión Nacional de Valores, el Banco Central y el Ministerio de Economía intenta cortar el flujo hacia el mercado paralelo, para que no se agrande la brecha cambiaria.
Por eso se señalan como objetivos de las nuevas medidas “reducir la volatilidad de las variables financieras y contener el impacto de oscilaciones de los flujos financieros sobre la economía real, en el marco de la política económica actual”.
Los problemas de este nuevo cepo son dos.
Primero, que ratifica la hipótesis del mercado sobre una inevitable e inminente devaluación. Para contener la suba del tipo de cambio, el Banco Central vendió un promedio de entre 60 y 70 millones de dólares por día en las últimas semanas. Como casi no cuenta con reservas, desde las elecciones primarias el mercado y los analistas económicos especulan con hasta cuándo podrían alcanzar los dólares. Que se terminen antes de las elecciones generales de noviembre sería el peor escenario. Si la solución es una devaluación importante, tampoco se puede implementar antes de las elecciones. Con todo, si la ampliación del cepo confirma las sospechas del mercado, ¿por qué se reduciría la brecha cambiaria? Por el contrario, el mercado encontrará la manera de seguir ampliándola, ya que sabe que a futuro el dólar costará más.
Segundo, el nuevo cepo, en sí mismo, impacta de modo negativo sobre la economía real, porque representa una restricción extraordinaria para el comercio exterior.
Concretamente, a los importadores se les bajó el límite de sus operaciones de un millón de dólares a un cuarto de millón.
Así no se frena la importación de bienes suntuarios, sino de insumos indispensables para la producción o la comercialización local de numerosos productos básicos.
Por sumatoria, el nuevo cepo sólo puede ser interpretado como un síntoma de la desorientación del Gobierno nacional ante la delicada situación de nuestra economía, a lo cual se le suman las dificultades políticas originadas en el fracaso electoral.