No deja de preocupar entre analistas y sectores políticos activos la abstención electoral creciente que se observa en el país. También es considerable el porcentaje de votos en blanco entre quienes sí concurren a votar.
La situación llama la atención por tratarse de un año pleno en elecciones.
No sólo está presente la convocatoria a las presidenciales, tanto primarias como generales, sino también a un trayecto de elecciones provinciales que fueron despegadas del calendario nacional, habilitando comicios en varias jurisdicciones prácticamente todos los meses.
Este particular calendario ha permitido observar, por lo menos hasta ahora, una sensible caída en la participación ciudadana, dando lugar a diversas conjeturas sobre las razones de esa indiferencia creciente.
Hay ejemplos claros. En Corrientes votó solamente el 56,84% del padrón electoral de esa provincia. En San Luis, 71,28%. En Jujuy hubo una merma de 10 puntos porcentuales entre la elección de 2019 y la que se efectuó este año: 84,7% a 74,7%. En similar porcentaje cayó La Rioja en diez años: 80,8% a 70,1%.
También bajaron, entre dos convocatorias, otras provincias, como La Pampa, Misiones, Neuquén, Río Negro y Tierra del Fuego.
Mendoza, como ya señalamos anteriormente en este mismo espacio, tuvo en las recientes primarias un porcentaje de adhesión relativamente bajo, pero que no expresó una caída fuerte con respecto a la cita electoral anterior.
Fue mucho menor hasta ahora el número de provincias en los que se superaron porcentajes previos o que lograron niveles de adhesión excepcionales si se tiene en cuenta el panorama nacional general. Lamentablemente, los ejemplos son pocos. Tucumán es uno de los casos.
En este contexto, las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto servirán para testear realmente qué nivel de entusiasmo tiene la ciudadanía argentina en el plano electoral.
La indiferencia puede denotar un mal síntoma ciudadano si se tiene en cuenta la obligatoriedad del sufragio en nuestro país.
Existe una mayoritaria percepción de desapego de la dirigencia política hacia la gente que influye para que crezca el desinterés por elegir a sus representantes.
Se encuentra muy firme en la población el concepto del político que visita a los potenciales votantes siempre en tiempo de campañas electorales, para a posteriori prácticamente desaparecer, dejando de lado la atención de quienes confiaron en su representatividad.
A todo esto, debe sumársele la incapacidad de la dirigencia, en general, para encontrar los mecanismos que permitan solucionar, o al menos comenzar a atemperar, los flagelos que destruyen las expectativas generales, como la inflación, la inseguridad y tantas falencias en otros servicios que el Estado debe garantizar para el bienestar y el desarrollo de la gente en cada etapa de su vida.
Predominan, por el contrario, las rencillas entre representantes de un mismo sector casi siempre con penosos resultados.
La conclusión, por lo tanto, resulta de suma gravedad.
Pareciera que la ciudadanía argentina comienza a descreer profundamente de los mecanismos democráticos, que son una suerte de columna vertebral del sistema republicano que nos cobija. Y eso cuando ocurre no conduce a nada bueno.