A primera vista sólo son números relativos al estado de la educación a nivel global, pero encierran una cruda verdad, como que podríamos estar perdiendo esa batalla que ya dábamos por ganada en un mundo absolutamente asimétrico en términos de oportunidades.
El espejismo de un progreso sostenido e incontenible a lo largo de la segunda mitad del siglo 20 nos ha llevado a pensar que, pese a todo los obstáculos, el planeta estaba condenado a mejorar sustancialmente y la educación sería el motor del proceso. Era un error: la dirección de la Humanidad en ese sentido ya no dibuja una línea recta sino una curva descendente.
Lo muestra con claridad el informe que la Unesco, a través del Fondo de las Naciones Unidas para la Educación, acaba de dar a conocer con motivo de celebrarse el Día Mundial de la Educación el pasado 24 de enero: hay poco para celebrar, máxime si todo indica que no estamos avanzando sino retrocediendo en materia educativa. Proceso este que se ha agudizado en virtud de conflictos diversos a lo largo del último quinquenio.
Según los datos que dicho informe aporta, 244 millones de niños, niñas y adolescentes se han caído de los programas educativos en el mundo, número que en el período citado se triplicó, lo que da una idea cierta de la magnitud del retroceso, dato que debe analizarse sin obviar que unos 763 millones de personas son analfabetas, tal como si los programas de alfabetización iniciados en los años ‘60 nunca se hubieran concretado o hubieran quedado interrumpidos por razones que nunca podrán ser justificadas.
Para completar el cuadro, el 5% de los mayores de 15 años no reciben educación de adultos en un tercio de los países del mundo, mientras los organismos vinculados con el tema, como la misma Unesco, tratan de recaudar 1.200 millones de dólares para mantener en funcionamiento los programas actuales, cifra que resulta casi irrisoria en un planeta donde el dispendio de recursos en obras faraónicas, guerras y eventos de dudosa necesidad es una constante diaria.
El caso es que estas cifras no parecen expresar la verdadera magnitud de la tragedia: en pocos años se ha sellado el destino de toda una generación a nivel mundial.
Se ha perdido una generación entera, en otras palabras, lo que compromete el futuro de la humanidad toda, en tanto y en cuanto se está poniendo coto a la inteligencia y a los desarrollos individuales y colectivos, que de eso se trata la educación.
No se trata de ser tremendistas, sino de decir lo que para el futuro próximo implican estos datos, ni más ni menos que una manifiesta falta de capacidades intelectivas.
Y no se puede obviar una cuestión de fondo: que los bajos estándares educativos y el analfabetismo son el caldo de cultivo perfecto para que medren los extremismos y toda clase de proyectos autocráticos, dado que no hay democracia posible sin educación.