El gobierno chavista o bolivariano de Venezuela, como se autodenomina, ha encontrado, o al menos lo intenta, una causa nacional aglutinante en el antiguo diferendo territorial por la región del Esequibo, que hoy administra la vecina y débil Guyana.
No es menor lo que está en juego: asunto secundario irresuelto pese a varias mediaciones anteriores, nadie parecía tener apuro alguno por esos 215 mil kilómetros cuadrados de territorio cuyas tres cuartas partes son reivindicadas por Venezuela como propios y que hasta hace pocos años Guyana administraba sin premura alguna. Hasta que se descubrió petróleo off shore, la segunda mayor reserva del mundo, que podría convertir a los escasos pobladores del pequeño país en ciudadanos muy ricos. Sin olvidar los ingentes recursos minerales ya prospectados.
La última breve confrontación por cuestiones limítrofes en la región ha sido en 1995 entre Perú y Ecuador, en la Cordillera del Cóndor, casi un incidente menor a la par del conflicto por el Chaco Boreal que entre 1932 y 1935 enfrentó a Paraguay y Bolivia por un petróleo inexistente –había, pero no en ese lugar–, con un saldo de 100 mil muertos.
Pero Maduro necesita una causa galvanizadora y Guyana luce como lo que es: un enemigo insignificante. Lo mismo que pensaba un tal Saddam Hussein de Kuwait en 1991.
El posible conflicto excede lo meramente regional, toda vez que China ya viene invirtiendo en exploración petrolera en el área y que Moscú es algo más que una sombra detrás de Caracas. Sin obviar, claro, a un Departamento de Estado de los Estados Unidos obligado a movilizar a las Naciones Unidas para poner paños fríos en el asunto.
Como otros autócratas, Maduro espera cosechar una que otra concesión como fruto de sus bravatas. Cauteloso, un aliado suyo de la primera hora como lo es el presidente de Brasil, Lula da Silva, ha advertido que la región no está para esta clase de aventuras, máxime si se recuerda que hay miles de kilómetros de frontera común entre los dos países mayores del área.
Por fortuna, el mandatario brasileño se encargó de impulsar la reunión entre el presidente de Venezuela y el de Guyana, Irfaan Ali, el jueves pasado. La cumbre fue positiva, ya que ambos expresaron la voluntad de continuar las conversaciones.
Es posible que las cosas no pasen del terreno de los amagues, pero es bien sabido que grandes conflictos suelen desatarse por detalles fuera de cálculo, razón esta que debería motivar a toda la región para encapsular el problema y alentar las negociaciones y el diálogo recién retomados.