En un contexto de inflación creciente, el Gobierno nacional convocó a negociaciones paritarias al amparo de un supuesto acuerdo entre la Unión Industrial Argentina (UIA) y la Confederación General del Trabajo (CGT) que permitiría, según afirma la correspondiente resolución, “mejorar el poder adquisitivo de los salarios, cuidar la canasta básica de consumo y preservar la reactivación de la economía”.
Desde esa visión relativamente idílica, los principales actores económicos –trabajadores y empresarios– parecen alineados con el relato oficial y sin importantes pujas distributivas entre ellos. Pero la realidad demuestra que la economía aún no se reactiva de modo parejo y estable, el consumo sigue cayendo en las mediciones interanuales y –lo más preocupante– el salario promedio continúa perdiendo poder adquisitivo, al mismo tiempo que aumentan los trabajadores informales y cuentapropistas.
O sea que estas paritarias, comparativamente, significarán una solución parcial para pocos millones de personas y le complicarán la vida al conjunto de los argentinos. Porque cuando se discuten aumentos salariales en medio de un alza abrupta de la inflación, los protagonistas, mientras creen defender y satisfacer el objetivo de recuperar el poder adquisitivo, en realidad terminan trazando la dinámica de la inflación para los próximos meses. Es el juego de la profecía autocumplida. Los sindicatos piden grandes aumentos porque prevén una fuerte inflación. Los empresarios los conceden sabiendo que deberán trasladarlos a los precios. La inflación sube una vez más, y entonces los nuevos salarios ya no son redituables y hay que volver a negociar.
Según la legendaria frase adjudicada a Juan Perón, una espiral inflacionaria provoca que los precios de las cosas suban por el ascensor mientras que los salarios suben por la escalera. En eso estamos, y por eso se ha desatado la competencia entre los sindicalistas para ver quién logra los mayores beneficios.
Si en el Poder Legislativo los empleados consiguieron la semana pasada un aumento “mínimo, permanente y uniforme” de 20 mil pesos, a modo de cierre de la paritaria 2021 antes de sentarse a negociar los incrementos de este año, ¿por qué los demás se van a privar de pedir una suma equivalente y en las mismas condiciones?
Si la inflación del primer trimestre rondó el 16 por ciento, como al anualizarla estaríamos hablando de un piso del 64 por ciento y de un techo cercano al 80 por ciento para 2022, ¿por qué pedir menos?
Es más, si la variación de precios de la canasta básica alimentaria es superior al índice de precios al consumidor que difunde el Indec, ¿por qué no ajustar los salarios con base en la fluctuación de los alimentos?
Ninguno de los actores de las paritarias –Gobierno, sindicatos, empresarios– ignora o subestima el cuadro que acabamos de describir. Por eso, las negociaciones salariales permanecerán virtualmente abiertas todo el año, y los acuerdos que se alcancen en las próximas semanas estarán vigentes sólo por dos o tres meses.
Nadie parece tener la intención ni el poder necesario para frenar la espiral inflacionaria.