El secretario general de Naciones Unidas (ONU), António Guterres, dijo que la humanidad actúa como un “arma de extinción masiva” de la naturaleza y que “nos estamos suicidando por poder”. Es que, como sabemos, si el deterioro de los ecosistemas en los que vivimos sobrepasa un punto crítico, estos se vuelven inhabitables.
“La humanidad parece empeñada en la destrucción. Estamos en guerra con la naturaleza”, afirmó, al inaugurar la Conferencia de la ONU sobre Diversidad Biológica que se desarrolló en Canadá. “Esta conferencia es nuestra oportunidad para detener esta orgía de destrucción: pasar de la discordia a la armonía”, agregó.
Nuestras malas prácticas medioambientales, según su exposición, remiten a la deforestación; la desertificación; el uso de plásticos, pesticidas y combustibles fósiles, y el consumo masivo, que exige una producción acorde con esa exagerada demanda.
La evidencia demuestra que el problema no es nuevo. Las reuniones internacionales vinculadas a la cuestión climática -por ejemplo, bajo el auspicio de la ONU- son habituales desde 1995. El primer protocolo que se estableció para reducir las emisiones de dióxido de carbono (Kioto) data de 1997, y fue reemplazado en 2015 por el Acuerdo de París, cuyo principal compromiso fue mantener el aumento de la temperatura media mundial debajo de 2 grados centígrados respecto de los niveles preindustriales. Para alcanzar el objetivo, se propuso cambiar la matriz energética a escala mundial y abandonar el uso de los combustibles fósiles. Pero con la invasión de Rusia a Ucrania y el consiguiente aumento del costo de la energía, muchos países desarrollados se preguntaron si podían seguir sosteniendo sus planes de cambiar las fuentes energéticas en el corto plazo. Una cosa es imaginar alternativas a los combustibles fósiles o las usinas nucleares en un mundo sin guerras y otra muy diferente es pensarlo bajo la hipótesis de que se puede sufrir la agresión de otro país. Antes importaba que las energías fueran limpias; ahora, que sean propias, y seguras.
Otro proyecto auspiciado por la ONU es la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, que ya en 2019 advirtió que un millón de especies de animales y plantas estaban bajo seria amenaza de extinción. El estudio detectó 5 “impulsores directos” de las modificaciones en la naturaleza con muy alto impacto global negativo: “los cambios en el uso de la tierra y del mar; la explotación directa de organismos; el cambio climático; la contaminación, y las especies exóticas invasoras”.
Hoy el desarrollo económico de un país debe ser ecológicamente sustentable. Crecer a expensas del medio ambiente no es crecer. Es, como dice Guterres, una forma de suicidarse. No reducir la emisión de gases de efecto invernadero y no frenar la pérdida de biodiversidad nos llevaría a un escenario nefasto: multiplicación de espacios inhabitables; mayor impacto de las catástrofes naturales, y fuerte caída en la producción de alimentos.
Tenemos el conocimiento necesario para prevenir un futuro apocalíptico. No debemos desaprovecharlo.