El implacable ajuste que puso en marcha el Gobierno nacional al asumir desde diciembre pasado ha llevado a la población a resignar hábitos de consumo, e incluso a tratamientos médicos y a adecuarse a las posibilidades que determinan los presupuestos hogareños.
Son cambios que obedecen en mayor medida a las dificultades monetarias que se presentan para acceder a un medicamento de tratamiento crónico o, asimismo, a productos tan esenciales como los que sostienen una alimentación saludable.
No se trata de lujos, sino de sustentos básicos en aras de vivir de manera digna, sobre todo cuando se trata de la niñez y de familias que cayeron de la clase media para engrosar los índices de la pobreza.
Lo cierto es que 2024 se perfila como el año de mayor retracción del poder adquisitivo de los últimos años. Ese declive se puede verificar en la baja del consumo de las variedades de carne, sobre todo las de origen vacuno.
A la preocupación de los frigoríficos y de las carnicerías se suma un hecho que enciende luces de alerta: la magra calidad alimentaria de la población por la ausencia de proteínas animales en la dieta diaria. Las proteínas animales son las que mejor se asimilan en el organismo y permiten la formación de células nuevas, de hormonas, de neurotransmisores. Por la carencia proteica, se puede ver afectada la salud de una persona.
En resumen, la crisis supera las privaciones forzadas del clásico asado, para poner el tema en un contexto sanitario. Ahora la gente va por cortes vacunos más económicos, como carne molida o menudencias, que en otros tiempos se consideraban casi de descarte. O echa manos a los sustitutos en oferta, entre ellos el pollo o la carne de cerdo.
Pero que quede claro: no se trata de cuestión de paladares, pues si el consumo de carne de vaca muestra hoy su nivel más bajo de las últimas décadas es porque el derrumbe del poder adquisitivo ha hecho estragos en la mesa hogareña.
Como dato ineludible, habrá que puntualizar que muchos argentinos encuentran una especie de tabla de salvación en los merenderos y comedores populares. Niños, niñas y adolescentes, y también personas adultas, que asisten a esos centros en procura de un plato de comida caliente.
Reflejar en porcentajes los bajos valores de la ingesta de kilos de carne per cápita durante lo que va de 2024 (y su implicancia negativa en materia nutricional) debe despabilar al Gobierno nacional, más preocupado por un dudoso superávit fiscal que por la alimentación decorosa de la ciudadanía. Enterarse, por si no lo saben, de que hay familias que almuerzan y, por la noche, se deben conformar con una taza de té o mate cocido y un trozo de pan.
El fanatismo por el ajuste no debería violar derechos soberanos, como el de la buena alimentación.