A la manera de las navidades que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, instaura en la fecha que se le ocurre, el populismo argentino de las últimas décadas ha instrumentado la tergiversación como sistema, en la convicción de que una mentira repetida hasta el cansancio habrá de convertirse en verdad.
Lo mismo que sostenía el jerarca nazi Joseph Goebbels. Claro que si es posible engañar a muchos por mucho tiempo, no lo es engañar a todos todo el tiempo. Las pruebas están a la vista.
La Corte Suprema británica acaba de rechazar el pedido de apelación de Argentina a la sentencia que la condena a abonar a cuatro fondos tenedores de bonos argentinos conocidos como “Cupón PIB” U$S 1.440 millones en un plazo breve. Todo ello como colofón de una mentira que quienes fabricaban verdades en el país creyeron posible practicar con éxito también en el exterior.
La idea, sencilla y digna de un capítulo en el manual de las vivezas criollas, consistía en distorsionar las cifras de crecimiento nacional para pagar menos intereses a los acreedores, algo que en el corto plazo funcionó, pero cuyas consecuencias se padecen hoy.
El sistema diseñado cuando Axel Kicillof era ministro de Economía consistió en cambiar la forma de medición del crecimiento del producto interno bruto (PIB), lo que implicó un ahorro circunstancial de U$S 3.600 millones, en una maniobra que se podría calificar como una estafa de gran envergadura. Lo que por aquí nadie tomó en cuenta es que no resulta gratuito estafar a gente con experiencia en el asunto.
Podrá alegarse ante este fallo que no tenemos buena prensa en el Reino Unido, lo que no deja de ser cierto, como también lo es que nuestros acreedores saben sumar y restar, máxime cuando tienen enfrente a un economista que alguna vez confesó no haber leído libro alguno cuando estudiante, ya que se las arreglaba con apuntes.
Deberíamos honrar tamaña sinceridad. Y, como la memoria argentina es frágil, recordar que el mismo Kicillof no quería contar a los pobres “para no estigmatizarlos” y declaró que la estatización de YPF no le costaría un peso al país, todo un acierto, ya que no nos cuesta un peso, pero sí varios miles de millones de dólares.
En este punto y como un acto de estricta justicia, debe decirse que si un sistema basado en la mentira y la instalación sistemática de falsas verdades ha funcionado entre nosotros, no fue por el uso abusivo de la fuerza. Nadie se tomó el trabajo de coaccionar a buena parte de la sociedad argentina para que aceptara sin resistencia los dogmas del populismo. Por lo contrario, para que un dogma tenga éxito se requiere de muchos dispuestos a aceptarlo. Lo que nos ha ocurrido, mal que nos pese reconocerlo, podría volver a sucedernos si insistimos en no aprender nuestras lecciones.
Y aprender lecciones requiere de planes de estudios, buenos docentes y mucha pedagogía, materias estas en las que andamos escasos.