Las bajezas en política suelen aparecer hasta en las democracias más consolidadas. Es el caso de Estados Unidos, cuyo sistema republicano comenzó a sentir tensiones como consecuencia del manejo rígido del presidente Donald Trump, que acentuó su vehemencia al caer derrotado por el actual mandatario, Joe Biden, perdiendo así su reelección.
En los últimos días se ha acrecentado la tirantez entre el referente republicano y el gobierno demócrata a raíz de procedimientos del FBI en una residencia de Trump, donde el ex presidente guardaba en forma ilegal archivos clasificados del Estado norteamericano. Un hecho de suma gravedad si se tiene en cuenta que los Archivos Nacionales de EEUU resguardan valiosísima documentación histórica y fundacional del país como también una incalculable cantidad de información contenida en textos, mapas, fotografías, películas, etc.
Trump insinuó públicamente que el actual gobierno federal tuvo vinculación con el allanamiento en su propiedad de Florida. Pero señalan observadores del caso que el ex presidente republicano no debería desconocer que consolidados protocolos estadounidenses determinan que el Departamento de Justicia y el FBI no actúan nunca en sintonía con la Casa Blanca, precisamente para no sufrir influencias políticas.
En un año electoral, la dirigencia política estadounidense parece adquirir un estado belicoso no habitual e inapropiado. En discursos y declaraciones públicas, el mismo presidente Biden calificó de “extremistas” y enemigos de la democracia al líder republicano y sus seguidores, mientas que Trump embistió contra los demócratas señalando que “el peligro para la democracia viene de la izquierda radical. No de la derecha”, sostuvo con referencia al Gobierno.
Sorprende la insistencia de Trump, al que la mayoría del pueblo norteamericano no avaló para que siguiera en el poder. No sólo no cumple con una tradición republicana de EE.UU. con respecto al alejamiento de toda acción política de sus ex presidentes, también pone en evidencia una posible falta de liderazgos alternativos en su propio partido, el Republicano.
Un escenario parecido parece registrarse en Brasil, donde dentro de pocas semanas se votará en primera vuelta para elegir presidente. Allí el siempre desafiante Bolsonaro buscará su reelección contra Lula Da Silva, que regresa con el propósito de reivindicar su figura y convicciones políticas. Es de esperar que ciertas tensiones observadas durante la campaña electoral no se acentúen en vísperas de la cita electoral.
En ese contexto, no se puede dejar de hacer referencia a la realidad política en nuestro país, ganada por una tirantez que a primera vista parece irreconciliable en virtud de la animosidad que caracteriza a los principales actores de la escena institucional.
Desde el Gobierno no se han dado señales claras. Se invita al diálogo a la oposición, pero a la vez se emiten públicamente apreciaciones contradictorias que predisponen a la principal dirigencia de la oposición a no confiar en una propuesta honesta.
Quedan por el momento a salvo democracias de otros países de la región en las que, como acaba de ocurrir en Chile con el rechazo a la reforma constitucional, los desacuerdos de la ciudadanía con sus gobernantes buscan ser superados por los carriles institucionales correspondientes.
La democracia debe ser asistida por el valor que posee, entre los que encontramos ser expresión permanente de los valores de la libertad.