En un estudio de la revista académica Nature Sustainability, científicos del Conicet revelaron por primera vez cómo la ampliamente celebrada expansión de las áreas protegidas de las últimas tres décadas se logró principalmente incorporando unidades pequeñas, perforadas, fragmentadas y altamente expuestas al entorno no protegido.
Las áreas protegidas desempeñan un papel fundamental en la conservación de la biodiversidad, la mitigación del cambio climático y la provisión de servicios ambientales críticos para los humanos que incluyen la provisión de agua de buena calidad, la regulación del clima local o la oferta de espacios de esparcimiento y apreciación de la naturaleza, entre otros. Estas funciones las convierte en pilares fundamentales de la sostenibilidad de nuestro planeta y del bienestar de las generaciones futuras. Sin embargo, recientemente, científicos del Conicet han aportado nuevas evidencias que generan interrogantes sobre la capacidad de las áreas protegidas para garantizar sus funciones cuando se consideran en detalle sus actuales diseños geométricos.
El estudio de la revista proporciona un avance conceptual, al cuantificar para todo el mundo el tamaño y la forma de las áreas protegidas con que los países del mundo conservan su naturaleza. Los investigadores analizaron la historia de designación de 178.322 áreas protegidas modernas (desde Yellowstone en 1872 hasta hoy), a lo largo de siete regiones culturales y catorce biomas, entre ellos selvas, bosques, desiertos y humedales.
Como resultado, identificaron una tendencia hacia la designación de áreas protegidas con superficies cada vez más pequeñas o formas intrincadas, y por ende altamente expuestas a los entornos desprotegidos.
Las áreas naturales protegidas son regiones seleccionadas por las comunidades para su protección y conservación porque poseen características muy destacadas sobre otros espacios de una provincia, por ejemplo.
Se destaca en ellas la biodiversidad, la función ecológica, la singularidad de sus elementos naturales; el valor paisajístico y por prestar servicios ambientales y por ser reservorios muy importantes de agua y albergar en sus extensiones una rica avifauna. A estas condiciones se agregan los diversos usos que les puede dar hombre en beneficio de las presentes y futuras generaciones como la educación ambiental, la recreación, el turismo, las investigaciones científicas, el desarrollo sustentable local y regional y los estándares de calidad ambiental y valor agregado para la producción de los lugares donde se ubican.
Mendoza tiene un rico sistema provincial de áreas protegidas, sustentado en una amplia legislación ambiental nacional y provincial.
Los territorios de riqueza en suelos, agua y animales de la fauna autóctona tienen que importar a los ciudadanos, que deben protegerlos de la caza furtiva, de los destructivos incendios y de la explotación irracional de sus bienes naturales.
Las áreas naturales protegidas (ANP) son catorce y entre las que distinguimos escenarios maravillosos, como los parques provinciales Aconcagua y Tupungato, las reservas Villavicencio (privada), Divisadero Largo (la más cercana a la ciudad capital), Telteca (región Norte, Lavalle), Ñacuñán, Manzano Histórico (Tunuyán), Llancanelo y la Payunia (ambas en Malargüe).
Santiago Schauman, autor principal del estudio del Conicet sobre la realidad de las áreas protegidas del país, en las que están las de Mendoza, subraya: “A medida que aumentan las presiones humanas sobre los espacios naturales, numerosos acuerdos internacionales buscan avanzar en la conservación de la biodiversidad global. Uno de los hitos más significativos de estos acuerdos, del cual la Argentina es signataria, consiste en proteger, al menos 30% de la superficie terrestre para 2030″.