Un cruce de opiniones sobre los estilos de gobierno que deben ejercer los movimientos políticos de izquierda sacudió en los últimos días a la región. En declaraciones periodísticas a un medio europeo, el presidente electo de Chile, Gabriel Boric, sostuvo que la experiencia política del chavismo, en Venezuela, fracasó y añadió que la principal demostración de ello “son los seis millones de venezolanos en diáspora”.
Boric también fue crítico con el régimen de Caracas en declaraciones a una radio uruguaya. Si bien admitió que Estados Unidos ejerció mucha presión sobre el gobierno de Maduro con sanciones y restricciones, opinó que “ha habido un retroceso en las condiciones democráticas y económicas” del país caribeño.
En similares términos se manifestó otro dirigente de izquierda, el presidente de Perú, Pedro Castillo: “No soy parte de eso y no me gustaría que mi país se convierta en uno de esos modelos”, sostuvo con respecto al autoritarismo venezolano.
La respuesta del dictador venezolano al joven mandatario electo chileno no se hizo esperar. “Es una izquierda fracasada y cobarde”, dijo sobre las ideas que expresa Boric. “Ha surgido una izquierda que basa su discurso en atacar al modelo bolivariano exitoso y victorioso”. Y agregó que “todos los días hay una campaña contra Venezuela”, como queriendo explicar que el político trasandino se sumó a lo que el régimen que encabeza considera un complot internacional para derrocarlo.
Las apreciaciones intempestivas del líder venezolano son difíciles de entender. Considera a Boric como integrante de una generación de líderes de izquierda “que no tienen moral, no tienen nivel para atacar” al régimen que lidera, basado en el terror.
Es una triste realidad la que expresan Maduro y otros autoritarios como él afianzados en el poder en la región en base al avasallamiento de sus adversarios y de todo lo que tenga que ver con un sistema republicano.
El modelo democrático de Chile, como en otros países de la región afianzados en el plano institucional, es digno de ser imitado por el nivel de sus dirigentes y el respeto que expresan más allá de las lógicas “batallas” en contiendas electorales.
La transición entre un referente de la derecha, el presidente Sebastián Piñera, y un promisorio referente como el joven Gabriel Boric es sensata y conduce a un cambio de gobierno en términos normales. Comenzó, vale recordarlo, con el saludo del primer mandatario a su sucesor electo a poco de conocerse oficialmente su triunfo y continuó al día siguiente con la reunión entre ambos en La Moneda.
Con su claro triunfo, Boric recibió el respaldo de una mayoría de chilenos que ve en su promisoria figura el camino para concretar viejos reclamos sociales que no han tenido respuesta desde la recuperación de la democracia en el vecino país. Pero esas transformaciones que se espera se darán en el marco de un sistema republicano consolidado, con políticas de Estado claras y con un derrotero económico que posicionó a la nación trasandina en el mundo.
Es de esperar, por lo tanto, que esa izquierda democrática e institucional que encarna y lidera el presidente electo de Chile sirva para demostrar que los que fracasan por su propia culpa son los regímenes despóticos que expresan personajes como Nicolás Maduro o Daniel Ortega.
