La situación institucional en Venezuela sigue generando gran inquietud a nivel internacional, pero nada parece poner en alerta al régimen dictatorial chavista, cómodamente instalado en el poder pese a las graves denuncias internacionales vigentes contra su líder y colaboradores.
Las últimas elecciones fueron seguidas al instante por el mundo independiente, con la esperanza de que las urnas dieran por fin un vuelco a años de descalabro y autoritarismo. Sin embargo, Maduro y sus seguidores lograron esquivar lo que a todas luces apareció como un claro triunfo del opositor Edmundo González Urrutia. Y sin dar a conocer una sola acta que comprobara resultados, que sí mostró la oposición, se proclamó la reelección del dictador.
En estos días el Parlamento Europeo reconoció a González Urrutia como legítimo presidente de Venezuela y a María Corina Machado como líder de las fuerzas democráticas venezolanas, justamente ante la negativa del líder Maduro de publicar las actas electorales. La del Parlamento Europeo es una resolución de muy fuerte peso político, pero no vinculante. González Urrutia, ex candidato presidencial venezolano, logró el exilio en España luego de confusas y urgentes negociaciones con el régimen de Caracas, que lo perseguía para detenerlo.
Por su parte, en su viaje de regreso de su extensa gira por el Sudeste Asiático y Oceanía, el Papa Francisco dijo a los periodistas al ser consultado sobre qué mensaje les enviaría a los venezolanos: “Las dictaduras no sirven y terminan mal antes o después, leyendo la historia”. Agregó: “Yo no puedo dar una opinión política porque no conozco los detalles, pero sé que los obispos han hablado y el mensaje de los obispos debe ser mejor”. Lo indicó el Papa con relación al reclamo que viene haciendo la Iglesia del país caribeño por respeto a la voluntad popular expresada con el voto en julio.
Se trata de una situación internacional compleja, en la que se entrecruzan intereses comerciales e influencias políticas en las que intervienen potencias políticas y económicas. Maduro se ha encargado de desmantelar las instituciones democráticas de su país; controla todos los poderes otrora republicanos. Perjudicó la economía e infraestructura mediante el uso abusivo del poder del Estado.
Venezuela sigue la línea de otros regímenes de características similares, como la ya eterna Cuba de los Castro y sucesores o la Nicaragua del matrimonio Ortega. Ejemplos no dignos de imitación, indudablemente.
El autócrata venezolano descansa, no obstante, en cierta contemplación de líderes de la región, como el brasileño Lula Da Silva, el mexicano López Obrador o el colombiano Petro, críticos en cuanto a las formas de ejercer el poder, pero demasiado respetuosos a la hora de fijar posturas más enérgicas que de alguna manera preocupen mínimamente a Maduro.
Puede ser correcto no inmiscuirse en las cuestiones internas de los países, pero claramente existe un límite cuando las libertades públicas, la voluntad popular y las condiciones de vida son ampliamente vulneradas por un régimen dominante que impide la expresión de cualquier disidencia.
No ocurre lo mismo con las actuales autoridades argentinas. Claramente el gobierno de Javier Milei adoptó una postura combativa hacia Maduro que, si bien se sustenta en cuestiones ideológicas totalmente opuestas, apunta a alterar la cómoda postura del régimen. El alineamiento con el chavismo que ejercieron los gobiernos kirchneristas le significó a la Argentina quedar a contramano en muchos organismos internacionales que integra.