En noviembre del año pasado, la actividad industrial registró una suba interanual de 3,1 por ciento, según un relevamiento de la Unión Industrial Argentina (UIA). El estudio, además de destacar la desaceleración de la actividad en general, advierte sobre los diferentes resultados que encuadran el presente de cada sector y señala los riesgos a corto plazo.
Los que tuvieron un buen año fueron electrónicos, principalmente por la producción de televisores; automotores, por el mercado interno; y metales básicos, por el aluminio y el acero. Nada indica que esos niveles de crecimiento puedan mantenerse en esta año de 2023.
Por ejemplo, la gran venta de televisores puede asociarse al mundial de fútbol, evento que no se repetirá hasta 2026.
La desaceleración de los últimos meses se nota en refinación de petróleo, metalmecánica, sustancias y productos químicos, farmacéuticos y papel y cartón.
Por último, en alimentos no varió la producción respecto del año anterior, y en minerales no metálicos (construcción), hubo un descenso del 3,1 por ciento.
La coincidencia entre el número positivo y el negativo no puede ser más simbólica de la asimetría con que se mueve nuestra economía: en conjunto, la actividad creció un 3,1; pero la producción de minerales vinculados a la construcción cayó un 3,1%.
No debiéramos perder de vista que la construcción siempre es vista como un factor dinamizador de la economía: cuando se contrae, son muchos los rubros que sienten el impacto. Tal vez por ello en el relevamiento de la UIA apenas un 28 por ciento de las empresas entienden que su situación puede mejorar en los próximos meses.
Es que los obstáculos principales siguen siendo los dos que dificultan la actividad económica desde hace tiempo: “la evolución del contexto macroeconómico y las restricciones de oferta de insumos”, sostiene la UIA.
El desequilibrio macroeconómico argentino no desaparecerá mientras haya déficit fiscal y no se pueda unificar y liberar el mercado del dólar. Y como no hay dólares disponibles para importar insumos, las empresas de los más diversos rubros no pueden producir al ritmo que desearían.
¿Cómo se determina el costo de lo que se produce en ese contexto? Tratar de darle una respuesta unívoca a esa pregunta clave es una tarea muy complicada porque la brecha cambiaria es del 100% y la inflación mensual no ha bajado de manera significativa. Exactamente por ello, las demandas salariales de los sindicatos no ceden, aunque el Gobierno pretenda ponerle un techo a las paritarias. La incertidumbre se transforma, más temprano que tarde, en inflación. Por las dudas, hay que cubrirse.
Sobre todo, porque además falta la campaña electoral. ¿Quiénes serán los candidatos? ¿Qué alternativas económicas propondrán? ¿Programas promercado o antimercado? ¿Habrá devaluación? ¿Se profundizará la grieta o habrá propuestas favorables al consenso?
Cuando tantas preguntas no obtienen respuestas concretas y coherentes, capaces de mantenerse y confirmarse en el mediano plazo, los actores económicos se retraen, lo que siempre tiene un impacto social negativo. Por eso es tan importante que la política genere confianza y estabilidad