Los hechos de violencia producidos en la Universidad Nacional de Cuyo como consecuencia de una muestra de arte en dependencias del Rectorado dejan un precedente complicado. Siempre es necesaria la tolerancia cuando se tienen miradas o puntos de vista contradictorios u opuestos, sobre determinados sucesos o creencias, como en el caso que nos ocupa, especialmente cuando todo se desarrolla en un ámbito público y laico.
La exposición a la que nos referimos, de carácter feminista y denominada “8M Manifiestos”, fue organizada por docentes, estudiantes y egresados de la Facultad de Artes y Diseño de la UNCuyo. Generó un rechazo de la Iglesia Católica local, que argumentó, a través de un comunicado de su área de Pastoral Social, que el contenido (algunas imágenes allí expuestas) ofendió “gravemente” sus convicciones religiosas.
Por su parte, los responsables de la exposición argumentaron, entre otros conceptos, que lo que buscaron fue aportar “una mirada reflexiva desde el arte sobre la sociedad patriarcal”. Pero el desarrollo artístico en este caso resultó chocante para quienes profesan la fe cristiana, también por coincidir con el tiempo de Cuaresma, previo a la Semana Santa y a la Pascua, la mayor expresión de fe cristiana.
A aquella reacción crítica desde el Arzobispado local le siguió una lamentable demostración de intolerancia, cuando un grupo de personas, que se identificó como perteneciente al catolicismo, produjo destrozos en la muestra, especialmente contra las piezas más cuestionadas. Esta última situación hizo que la Iglesia tuviese que salir rápidamente a desautorizar dicha acción, aunque sin renunciar a la crítica efectuada sobre la muestra.
El derecho a la libre expresión, en este caso artística, es algo que siempre debe ser respetado en el marco del apego a los preceptos constitucionales sobre los que se apoya la vida democrática. Como también es válida la disidencia con lo que se pretende expresar, pero jamás llegando al extremo de la agresión. En este caso, una creencia religiosa se sintió ofendida por una expresión artística y tuvo el derecho a expresar su descontento, incluso a través de las manifestaciones de fe que se llevaron a cabo en el recinto de la exposición. Pero nunca se debió recurrir a la destrucción observada.
Es lamentable, ciertamente, que el grave incidente que nos ocupa haya llegado a una instancia que, de no mediar una negociación, puede terminar en el ámbito de la justicia por las denuncias efectuadas desde la UNCuyo y por otras presentaciones de ciudadanos y profesionales del derecho en absoluto y justo desacuerdo con la violencia desatada.
Por todo ello toma valor la rápida reacción de la Iglesia local al desautorizar a quienes, invocando pertenencia al catolicismo, arremetieron contra los objetos de arte mal vistos y pronunciaron oraciones supuestamente destinadas a la liberación de fuerzas malignas en el ámbito de la exposición. Se atenúa así desde el Arzobispado su propia reacción inicial, de la cual, indudablemente, se tomaron quienes llevaron a cabo los hechos de intolerancia explicados.
Un claro ejemplo de cotejo entre el derecho a la expresión artística y el derecho a la queja, pero vulnerados por una actitud de violencia que sólo sirve para erosionar la necesaria convivencia aun ante la diversidad de opinión.