La siniestralidad en el tránsito constituye un grave problema que padece la sociedad a diario. Lo que más abruma son los incidentes viales que terminan con la vida de personas, y lamentablemente en los últimos meses se registraron varios casos fatales.
¿Se pudo haber hecho algo para evitarlos? ¿Qué debió ocurrir y no haber tenido que lamentar un saldo trágico? Preguntas difíciles de contestar porque en cada episodio hay una sumatoria de desencadenantes que desembocaron en una colisión o el vuelco, con lamentable saldo de víctimas.
Nos referimos a los más graves, a los que tienen mucha exposición pública y difusión en los medios de comunicación por los efectos que sufren las personas involucradas.
Son situaciones que la sociedad debe tener en cuenta, tanto las autoridades por su función preventiva y los usuarios, a los que se reclama más responsabilidad y adhesión a la figura del manejo defensivo.
Con prescindencia de los siniestros que hemos descripto como impactantes y gravosos, que son los que más nos preocupan, los ciudadanos son testigos a diario de un sinnúmero de percances de tránsito de menor gravedad porque no derivan en muertes, aunque sí dejan un importante número de heridos de diferentes pronósticos en nuestras calles.
Quien recorra las arterias o rutas del área del Gran Mendoza, podrá apreciar en algunos casos uno o dos percances por jornada, muchas veces entre automóviles o camionetas. Pero los rodados menores, las motos, siguen teniendo una altísima tasa de siniestralidad.
Las esquinas de los principales departamentos de la Zona Metropolitana son escenario probable de estos percances todas las semanas, y lo mismo ocurre en los accesos principales a la ciudad de Mendoza.
No hay casi forma de evitarlos porque median descuidos ostensibles en el manejo de los vehículos, velocidad más alta que la permitida, falta de respeto a normativas elementales, como ceder el paso a quien se desplaza por la derecha, y otras violaciones a las reglas del buen manejo.
Como decimos esos incidentes, afortunadamente no arrebatan la vida a los protagonistas, pero causan muy diversas lesiones, que obligan a traslados a centros hospitalarios e internaciones, además de gastos de asistencia médica, pérdida de días laborales y lo que no es mensurable, una lógica angustia entre los familiares de los afectados.
Resumiendo: las lesiones causadas por el tránsito ocasionan pérdidas económicas considerables para las personas, sus familias y los países en su conjunto. Esas pérdidas son consecuencia de los costos del tratamiento y de la pérdida de productividad de las personas que mueren o quedan discapacitadas por sus lesiones, y del tiempo de trabajo o estudio que los familiares de los lesionados deben distraer para atenderlos.
Sostenemos que deben movilizarse todos los auxilios y respuestas que las víctimas demandan, por supuesto, está bien que ocurra y así debe ser.
Pero, volvemos a demandar una mayor cuota de responsabilidad en el manejo cotidiano en las calles de nuestros centros urbanos, son prácticas sencillas que nos evitarían tantas contrariedades, desazón y angustia. El traslado de las personas hacia el empleo o a cumplir otras obligaciones o necesidades, como hacer trámites o pasear en los días fin de semana, deberían ser simplemente operativos que deberían siempre terminar bien, sólo bastaría poner atención.