El Premio Nobel de la Paz para el periodismo

El comité noruego entendió que “sin libertad de expresión ni de prensa, será difícil promover la fraternidad entre naciones, el desarme y un mejor orden mundial”.

El Premio Nobel de la Paz para el periodismo
La presidenta del Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz, Berit Reiss-Andersen, muestra una imagen de los ganadores del Premio de la Paz : Maria Ressa y Dmitry Muratov. (Heiko Junge/DPA)

Dos periodistas recibieron el premio Nobel de la Paz. Son la filipina Maria Ressa y el ruso Dimitri Muratov.

El comité noruego los consideró claros ejemplos del periodismo que redobla sus esfuerzos “en condiciones cada vez más adversas”, para salvaguardar la libertad de expresión, factor “indispensable para la democracia y la paz”.

En sus fundamentos, el comité se mostró “convencido de que la libertad de expresión y la libertad de información ayudan a garantizar un público informado”, requisito fundamental para que cualquier sociedad pueda reflexionar sobre el accionar de sus dirigentes.

Además, el comité entendió que “sin libertad de expresión ni de prensa, será difícil promover la fraternidad entre naciones, el desarme y un mejor orden mundial”.

Ressa participó en 2012 de la fundación del portal Rappler, desde donde se ha criticado al gobierno filipino de Rodrigo Duterte y su “guerra contra las drogas”, que fue investigada por el Tribunal Penal Internacional por haber causado más de seis mil muertos desde mediados de 2016.

Ressa ha sido condenada recientemente por el supuesto delito de ciberlibelo y podría ser enviada a prisión si se rechazara la apelación del fallo.

En cualquier caso, aún debe enfrentar otras numerosas causas en contra de su trabajo periodístico.

De hecho, el gobierno filipino está intentando quitarle la licencia a Rappler, para silenciarlo.

Muratov lanzó en 1993 Novaya Gazeta, un periódico que hasta aquí sufrió el asesinato de seis de sus periodistas y que en marzo pasado fue objeto de un atentado con sustancias químicas en sus oficinas.

La corrupción, la violencia policial, el fraude electoral o las agresiones que el gobierno ruso despliega contra los habitantes de otros países de la región circundante son algunos de los temas que habitualmente están en el centro de sus crónicas, cuestiones que muy difícilmente aparezcan en otros medios.

Muratov declaró que nada de ello ha sido mérito suyo, sino de “los colegas que murieron por la libertad de expresión”, a quienes les dedicó el galardón.

Para el comité noruego, justamente, su mérito es que defendiera el derecho de los periodistas a cubrir temas críticos en un ambiente tensionado por el violento asesinato de varios de ellos.

De manera acaso simbólica, el anuncio del premio coincidió con el 15° aniversario del asesinato de Anna Politkosvaya, a los 48 años, una de las redactoras de Novaya Gazeta.

Su serie de artículos que denunciaban las violaciones a los derechos humanos de parte de los militares rusos en Chechenia fue la base para varios de sus libros, en los que acusó a Vladimir Putin de ser un autócrata cuyo objetivo político sería restablecer una dictadura al viejo estilo soviético.

Por todo ello, Ressa y Muratov dan cuenta, en sus respectivos contextos culturales, del valor universal de los principios que en tantas oportunidades hemos defendido desde estas páginas.

La democracia es consustancial a la libertad de expresión, ya que implica la libre y respetuosa deliberación pública de todos los asuntos que importan a la sociedad.

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