En todo el territorio nacional, y por supuesto dentro de Mendoza, hay un fuerte rechazo a cualquier intento de achicar el sistema científico-tecnológico argentino, en sintonía con oponerse a los despidos arbitrarios que avanzan en la planta estatal del país.
La república necesita sostener el conocimiento y fortalecer el sistema científico porque la Ciencia no es onerosa, sino provechosa para el engrandecimiento de la Nación y sus habitantes; gravoso es la ignorancia.
En este orden de cosas, produce mucha desazón que el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet) haya suspendido el trabajo de 250 investigadores, 8 de los cuales se desempeñaba en Mendoza (7 mujeres). Se desempeñaban en los institutos de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (Incihusa); Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla) y Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas (Iadiza).
La investigación en el medio, por supuesto, continuará, pero además de las bajas en personal, se teme que haya recortes en insumos e instrumentos que se utilizan para avanzar en los estudios.
Es pertinente preguntarse qué pasará con esas carreras truncadas. Tras años de formación, trabajo e inversión, corremos el riesgo que esos investigadores, hombres y mujeres, se vayan al exterior a engrosar los planteles de argentinos que vuelcan su saber en los países que los reciben.
Los habitantes de este suelo no podemos permanecer indiferentes frente al desfinanciamiento del sistema de ciencia y los despidos de excelentes pensadores y ejecutores. Se corre el riesgo de desarmar nuestra posición en la Ciencia. No hay que olvidar que organismos internacionales, como Scimago, califican al Conicet como la mejor institución gubernamental de ciencia de Latinoamérica.
En un país pionero en el desarrollo de satélites, vacunas, medicamentos, con avances notables en las ciencias ambientales, en la Medicina y en otros campos, y que además cuenta con la mayor cantidad de premios Nobel en ciencia de Latinoamérica, no podemos permitirnos retroceder en posiciones ya ganadas a nivel mundial.
Se estima que hay entre 6.000 y 7.000 científicos que se dedican a investigación y desarrollo en países como los Estados Unidos (reside 40% de los que se fueron), España, Francia, Inglaterra, Italia y Australia, entre otros.
Allí se encuentran talentos que nacieron en esta tierra y se educaron en las escuelas y universidades públicas locales.
Como por ejemplo el mendocino Armando Walter Colombo, que se recibió en la Facultad Regional Mendoza de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y ahora es miembro de varios organismos internacionales, en Alemania.
O el ingeniero Osvaldo Peinado, de la misma casa de estudios, de 57 años -30 de ellos fuera del país- quien estuvo ligado a la NASA y a la Agencia Espacial Europea (ESA, en inglés), y que en la actualidad trabaja en el GPS europeo.
O el notable físico porteño, Juan Martín Maldacena, de apenas 55 años, Premio Konex de Platino de la Ciencia.
Y con esto sólo hemos brindado unos pocos ejemplos dentro de un universo muchísimo más amplio de argentinos creando e investigando en el mundo.
Hay gran diferencia en recursos financieros y capacidad de pago en el exterior, condiciones a las que no podemos ni arrimarnos; pero lo que si debemos hacer es impedir que los que están entre nosotros, en el Conicet, el INTI y las universidades, no emigren y encuentren el apoyo necesario para seguir trabajando dentro de nuestras fronteras.
