América latina, y la Argentina en particular, han sido en las últimas décadas una auténtica fábrica de oportunidades desperdiciadas para integrarse a los mercados mundiales, oportunidades que ya nadie regala, porque las naciones son cada vez mas competitivas y los espacios vacantes son ocupados por nuevos protagonistas dispuestos a no dejar pasar el tren.
Algo de todo eso podría presumirse de las palabras que dijo Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, tras reunirse con el presidente Alberto Fernandez el martes 13 de junio. Le expresó que la Unión Europea quiere llegar a un acuerdo con el Mercosur antes de fin de año. Antes Von der Leyen se había reunido con Lula, el presidente brasileño,
Fernández y Lula son los mandatarios representantes de los países comercialmente más voluminosos del Mercosur y, por lo tanto, quienes tienen mayor responsabilidad en las políticas comunes.
Se trata de una “ventana de oportunidades”, enfatizó la funcionaria, quien delicadamente obvió referirse al detalle que podría explicar su visita: en 2019, tanto nuestro país como Brasil, Uruguay y Paraguay firmaron un acuerdo para avanzar sobre un tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, acuerdo que a la fecha no fue rubricado por ninguno de los países citados.
Cuatro años es demasiado tiempo para que mandatarios no pocas veces enfrentados por razones ajenas a la conveniencia de sus naciones lo desperdicien en cuestiones baladíes.
Sobran los ejemplos: la profunda antipatía entre los presidentes Fernández y Jair Bolsonaro les impidió siquiera intentar un acercamiento en la materia, y la insistencia del mandatario uruguayo Luis Lacalle Pou fue ninguneada por el presidente argentino, capaz de aprovechar al máximo toda ocasión de lucir desubicado. Claro que nadie debería subestimar el papel relevante que en esta cuestión y otras muchas ha cumplido una diplomacia definitivamente amateur.
Es cierto que la pésima gestión ambiental de Bolsonaro dio a Francia el argumento para retacear su apoyo y que el proteccionismo de distintas variantes dificultó la vocación de unos y otros. Francia debe responder al requerimiento de sus agricultores que no pueden competir en precios por volumen ante potencias agrícolas como las de Brasil y Argentina, pero al mismo tiempo nuestro país debe seguir pagando un alto precio por la protección a sectores no competitivos que poco y nada han hecho durante años por mejorar su rendimiento.
El caso es que hay en juego un mercado de 800 millones de habitantes y que un acuerdo de esta naturaleza no sólo potenciaría al Mercosur sino que obligaría a economías que crecen lentamente o están estancadas a encarar procesos de modernización y eficiencia que el proteccionismo sin reglas impide. Es, como lo ha dicho la titular de la Comisión Europea, una ventana de oportunidad y bueno sería hacernos cargo de que dicha ventana no estará abierta para siempre.