El presidente de la Nación, Alberto Fernández, dio por iniciado su segundo período de gobierno con un multitudinario acto que, por su costo tanto en montaje como en movilización, resulta objetable desde todo punto de vista.
El supuesto reconocimiento a la militancia peronista en su día no justifica semejante despliegue en medio de una crisis social como pocas veces se ha visto en nuestro país.
Del resultado del acto del miércoles se desprende que, previo a las legislativas recientes, el oficialismo palpitaba un resultado electoral adverso y buscó, por lo tanto, montar una cita popular posterior a las elecciones para demostrar actitud para gobernar en los dos años de mandato que restan.
También hubo claros mensajes hacia adentro de la coalición gobernante, por las evidentes y crecientes divisiones internas que difícilmente el resultado de los elecciones logre aplacar.
Más allá del marco fervoroso de la militancia política y gremial justicialista en Plaza de Mayo y del énfasis que Alberto Fernández pretendió dar a cada una de sus definiciones, el titular del Poder Ejecutivo no ofreció grandes precisiones sobre cómo encarará su gobierno la búsqueda de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (sólo dijo que es una de “las batallas” a dar por parte de su gestión) ni qué acciones planificarán sus áreas específicas para salir al cruce del bajo nivel de empleo que registra la Argentina en estos tiempos.
Sí deslizó y profundizó el tono de confrontación cuando expresó que otra meta de su gobierno es enfrentar a los formadores de precios, en el marco de las políticas de control instrumentadas por la Secretaria de Comercio Interior y que ya tienen bajo el control del Estado a las empresas de productos de primera necesidad y a la industria farmacéutica.
Tampoco aparece claro el horizonte cuando de diálogo con la oposición se trata.
Si bien algunas voces del oficialismo han venido anunciando la intención del Gobierno de convocar a políticos, empresarios y dirigentes gremiales a la búsqueda de consensos una vez terminado el tiempo electoral, lo cierto es que esa meta quedaría sólo en una mera expresión de deseos.
El Presidente, en el enfervorizado discurso reciente, sólo habló, sin dar nombres, de supuestos dirigentes de la oposición en los que “anida la vocación de construir puentes” para arribar a soluciones.
Pero poco aportó a esa supuesta predisposición cargando con nombre y apellido contra el ex presidente Mauricio Macri y el emergente líder liberal Javier Milei.
Por otra parte, de nada le sirve al presidente Fernández atacar con nombre y apellido a los opositores con los que considera que no es viable conversar cuando, en realidad, el principal escenario de diálogo y posibles acuerdos es el Congreso Nacional.
Cuando el empresariado y los acreedores internacionales comprueben que la dirigencia política argentina es capaz de deponer antagonismos en la búsqueda de una salida duradera para la actual crisis seguramente la Argentina logrará dar un paso fundamental para salir de la encerrona en la que se encuentra, en gran parte, por responsabilidad de su clase dirigente. Pero mientras si siga alimentando la grieta, nada bueno ocurrirá.