Finalmente, el resultado de las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso) fue tan categórico como sorprendente. Con una asistencia cercana al 70 por ciento y pocos votos en blanco, el Frente de Todos perdió en 18 distritos, mientras que Juntos por el Cambio se impuso en 15.
La principal alianza opositora no sólo ganó en Mendoza, Córdoba y Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde siempre obtuvo sus mejores guarismos, sino que también fue la primera minoría en otras provincias del área central, como Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos; de la región patagónica, como Tierra del Fuego, Santa Cruz y Chubut; y hasta en el noreste, al ganar en Chaco y Misiones.
Si este cuadro se repitiese en las generales de noviembre, el kirchnerismo perdería el quórum propio en el Senado y dejaría de ser la primera minoría en Diputados.
No sólo por eso implica un duro golpe contra los planes del oficialismo, que aspiraba a aumentar su cuota de poder en las cámaras legislativas para asegurarse el tratamiento de polémicos proyectos, como la reforma judicial, sino que el presidente Alberto Fernández, en los últimos días de campaña, propuso que las Paso representaran, en la práctica, un plebiscito de su gestión.
Pues bien, la ciudadanía votó en su contra. La mejor lectura posible sería decir que sólo un tercio de los votantes lo apoyó.
“Algo no habremos hecho bien para que la gente no nos acompañe como esperábamos”, reconoció Fernández en un corto discurso, el domingo por la noche. Y si bien admitió que el resultado obliga a su administración a revisar todo lo que se hubiera hecho mal así como detectar lo que no se había hecho, de inmediato convocó a su militancia a “hablar con los vecinos” para explicarles la importancia del proyecto político que él y Cristina Fernández encabezan.
En esa oscilación discursiva, que es toda una contradicción, se encierra la suerte del Gobierno nacional.
Si quienes ocupan los puestos de gobierno tienen que entender el voto de la sociedad y obrar en consecuencia, la militancia que los acompaña debiera visitar a sus vecinos para recibir información que ayude a los funcionarios en esa tarea.
Por el contrario, Fernández anhela que los votantes entiendan, en el contacto directo con el kirchnerismo de base, que el pasado domingo emitieron un voto equivocado, al que el Presidente optó por calificar como una “encuesta”, un mero dato a considerar en la campaña que se librará en las próximas ocho semanas.
Es cierto que algo puede cambiar de aquí a noviembre, como ha sucedido en las Paso anteriores. Pero el registro histórico indica que el aumento de votantes en las elecciones generales favorece a otras fuerzas políticas más que al kirchnerismo.
Además, es difícil que el oficialismo resuelva en pocos días las tensiones internas entre los sectores moderados y los más radicalizados que marcan la gestión desde su inicio.
Con todo, para preservar la estabilidad institucional del país, ahora debiera primar la sensatez.