La Argentina alcanzó en el primer semestre de este año una plusmarca de la que nadie podría enorgullecerse, salvo que perdamos la última cuota de vergüenza que nos resta.
En tan solo seis meses, engrosamos la lista de pobres e indigentes con otros 900 mil desdichados, cuyo único pecado ha sido nacer en un país donde la mayoría de los dirigentes parecen empeñados en demostrar su incompetencia para enfrentar los problemas que prometieron resolver y en agravar otros.
En una sociedad a diario golpeada por la reiteración de actos y anuncios que ni trata de disimular los intereses de quienes los ejecutan o los proclaman, los datos aportados por los recientes registros del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) podrían espantar incluso en sociedades acostumbradas a privarse de alimentos, salud, educación. seguridad y trabajo.
Es que muchas de esas sociedades, al menos en países sudamericanos, han mejorado sus registros, mientras que en Argentina estos empeoran de manera constante.
Y en ese contexto, resulta cada vez más indignante la frase vacía que se repite hasta el cansancio: que podemos producir alimentos para 400 millones de seres humanos, pero por inexplicables razones hemos empujado a la mitad de nuestros compatriotas hacia la mala alimentación.
Son números escalofriantes si se los traduce en cantidad de personas: más de 40% de pobres en nuestro país equivale a 18,5 millones de individuos, muchos de los cuales hoy meriendan tarde para esquivar una cena imposible.
Entre ellos, hay que contar a 4,2 millones de indigentes que ya no saben lo que es una merienda, mientras los comedores comunitarios, abrumados por la demanda, hacen malabarismos para servir comida en tres turnos y no siempre lo logran.
Sólo para insistir con las estadísticas, se debería señalar que la provincia del Chaco ostenta 60% de pobres y a su vera la de Formosa se esfuerza por alcanzarla, mientras su gobernador declara que no hay en su territorio villas ni asentamientos.
O que para buena parte de América latina somos hoy abanderados de la decadencia, si exceptuamos el caso de Venezuela.
O que a unos kilómetros Chile y Uruguay tienen registros de pobreza sensiblemente menores y una inflación anual que por acá podemos superar en una semana.
Han elaborado nuestra larga decadencia quienes pensaron que había demasiado Estado y también quienes pensaron que había poco Estado, sin olvidar, a fuerza de ser justos, que desde 1989 a la fecha el país ha tenido gobiernos de ideologías económicas y políticas de diferentes signos –aun cuando sus referentes históricos repitieran los nombres de Juan Domingo Perón, Hipólito Yrigoyen, Julio Argentino Roca o Néstor Kirchner.
Claro que siempre es posible superar los propios récords: los registros del Indec corresponden al semestre anterior a la devaluación pos-Paso, que fue del orden del 18%, por lo que puede conjeturarse que no estamos en el principio del final sino, apenas, en el final del principio.
Ahora, más que nunca, los argentinos debemos exigirles a los dirigentes que elegimos que hagan lo que deben hacer por el bien común.
Lamentablemente, en este clima de pobreza creciente, los affaires como el de Insaurralde en Marbella no hacen más que incrementar la indignación popular, porque precisamente quiénes deberían ocuparse de los problemas de los más postergados son los que despilfarran millones de dólares que a la vez no pueden justificar, en degradantes acciones. Todo mal.