Para el Observatorio de la Deuda Social, que depende de la Universidad Católica Argentina (UCA), la pobreza alcanzó al 44% de la población en el tercer trimestre de este año. En 2019, indicó que orillaba el 40%. El año pasado la ubicó unas décimas por encima del 44%. Ahora, unas décimas por debajo de esa cifra. En otras palabras, en los dos últimos años la pobreza creció alrededor de un 10% y no muestra variaciones significativas.
La medición oficial de la pobreza está a cargo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), que en marzo próximo dará a conocer el resultado de su Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Pero no suele haber mucha diferencia entre una y otra metodología de indagación. De hecho, para el Indec la pobreza ya abarcaba a más del 40% en el primer semestre del año pasado.
El informe de la UCA restringe la funcionalidad del asistencialismo estatal, tanto económico como alimentario: sin los planes, sostiene, este año la indigencia se hubiera más que duplicado; pero contener un problema no significa resolverlo.
Desde su perspectiva, la resolución de la pobreza exige un plan económico que posibilite la creación de puestos de trabajo de calidad con salarios dignos. Por ello el Observatorio le reclama a la dirigencia política los consensos necesarios para poner en marcha las “reformas estructurales” que se requieren para generar empleos formales. Una forma indirecta de advertir que el programa actual del Gobierno no satisface ese objetivo.
Según Agustín Salvia, director del Observatorio, la pandemia evidenció que “Argentina no tiene capacidad de crecer, de generar empleo, un ingreso digno, productivo, ni de, al mismo tiempo, producir bienes y servicios para que los pobres puedan salir de la pobreza y la sociedad pueda estar mucho más integrada”.
Los números respecto del empleo serían el punto clave del planteo: hoy, para la UCA, sólo el 42% de la población económicamente activa tendría un empleo pleno de derechos, mientras que un 30% estaría encuadrada bajo una “contratación laboral no declarada” –el famoso empleo informal o “en negro”. En el 28% restante quedarían los desempleados, los cuentapropistas de menor envergadura y nuestros jóvenes “ni-ni” (quienes ni estudian ni trabajan).
Con todo, a estos datos aún resta pasarlos por el filtro de la inflación, que provoca la paradoja de que numerosos trabajadores se encuentren por debajo de la línea de la pobreza. Estudios recientes coinciden: en un sentido, una familia tipo necesita más de dos salarios mínimos para no quedar por debajo de la línea de la pobreza; en otro, el salario medio de un empleado formal apenas cubre el 70% de la canasta básica total para esa misma familia tipo.
Sólo un plan económico integral y de largo aliento podrá revertir el dramático cuadro de la pobreza.