El papa Francisco desarrolló durante varios días en Canadá lo que él mismo definió como una misión “penitencial”, con el propósito de pedir perdón, en forma personal, a los descendientes de indígenas que fueron víctimas de abusos cometidos en escuelas residenciales para jóvenes que gestionaba la Iglesia Católica.
La misión fue un complemento y retribución del contacto iniciado en el mes de abril, cuando el jefe de la Iglesia recibió en el Vaticano a una delegación de herederos de pueblos originarios canadienses, que le plantearon el caso y dejaron la puerta abierta para la visita ahora realizada.
En los llamados Pensionados para Autóctonos de las Primeras Naciones de aquellas regiones del Norte, miembros del catolicismo de entonces fueron partícipes de innumerables atrocidades, entre fines del siglo XIX y la década de 1990, que con el tiempo sumaron al descrédito de la Iglesia.
Antes de emprender su viaje, el Papa envió un mensaje al pueblo canadiense expresando esperanza de que “con la gracia de Dios mi peregrinación penitencial pueda contribuir al camino de la reconciliación ya iniciado”. Y pidió que los creyentes canadienses lo acompañaran en oración.
Debe tenerse en cuenta que fue el papa Juan Pablo II quien inició durante su extenso pontificado las llamadas visitas penitenciales de la Iglesia a los descendientes de aquellos pobladores abusados. Por lo tanto, esta llegada del Papa argentino complementa y refuerza aquella avanzada.
Los datos conocidos a través de los años son escalofriantes. Alrededor de 150.000 niños autóctonos se matricularon en más de un centenar de escuelas residenciales. En esos lugares pasaron largos períodos aislados de sus familias y su cultura. Fue allí donde se produjeron los abusos físicos y sexuales por parte de directivos y maestros, registrándose la muerte de unos 6.000 residentes, tanto por enfermedades contraídas como por desnutrición o negligencia. El escándalo se magnificó con el bastante reciente hallazgo de fosas comunes incluyendo restos de menores no identificados.
Al margen de la actitud de la Iglesia, también se debe señalar que las autoridades canadienses fueron realizando con el transcurso de los años una paulatina pero firme revisión de dicha parte oscura de la historia de ese país, encargando a una comisión nacional investigadora determinar lo que en Canadá se definió lisa y llanamente como un “genocidio cultural”.
Como era de esperar, la actitud penitencial del papa Francisco fue bien considerada por los descendientes de pueblos originarios canadienses, al margen de que se escucharon algunas apreciaciones considerando insuficiente el pedido de perdón efectuado presencialmente por la máxima autoridad de la Iglesia.
Se trata de una actitud loable, que, por otra parte, también respondió a la petición de la totalidad de los obispos canadienses, a los que grupos indigenistas reclamaron que hubiese en persona un pedido de perdón por parte del jefe de la Iglesia.
Es uno de los grandes desafíos que tiene la Iglesia en los tiempos actuales, en especial ante la necesidad de contrarrestar el creciente laicismo que invade a sociedades que, como la canadiense, no encuentran refugio en la fe en gran medida por la crisis de vocaciones que invade a la Iglesia y que se traduce en una suerte de desapego por parte de los creyentes.