Cada 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación, con el objetivo de crear conciencia sobre el problema alimentario mundial, fortalecer la solidaridad en la lucha contra el hambre y la desnutrición. El contexto de esa recordación se produjo en el peor de los escenarios posibles: por un lado, la guerra de Rusia y Ucrania, que ya cumplió un año y ocho meses, y el conflicto entre el grupo terrorista Hamas e Israel, que de a poco se acerca a los 10.000 muertos.
Por vía de hipótesis, utópica por cierto, afirmamos que sí se hubieran aplicado los recursos económicos empleados en estas dos desastrosas acciones bélicas, se habría podido solucionar el problema del hambre en el mundo, o gran parte. Mientras las muertes de personas civiles e inocentes se suceden, las necesidades de satisfacer la alimentación adecuada a cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas en las más diversas partes del planeta, siguen vigentes.
Por eso la fecha del pasado lunes 16 de este mes, mantiene vigente el objetivo de disminuir el hambre en el mundo, propósito que también busca la llamada Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, plan de acción a favor de las personas y el planeta.
La jornada fue proclamada en 1979 por Naciones Unidas, en el marco de la FAO.
El lema de este año responde a “El agua es vida, el agua nutre. No dejar a nadie atrás”.
Además de los enfrentamientos armados y su secuela de destrucción de vidas, hogares y el ambiente, resulta vigente considerar los efectos del cambio climático, que algunas agendas políticas no consideran o desmerecen.
Estos aspectos han sido puestos en el primer plano de consideración por diferentes sectores ambientalistas y organizaciones, entre los que destacamos a la Fundación de Vida Silvestre.
La institución sostiene que “el agua es el recurso más preciado y explotado del mundo. Sin embargo, siempre se ha infravalorado, junto con los ríos, lagos, humedales y acuíferos que la almacenan y suministran. Esta falta de conciencia y comprensión de la importancia de los recursos hídricos ha tenido un costo inmenso”.
Algo de lo expresado cobra amplísima vigencia en territorios como el nuestro, semidesértico, donde el agua es un requerimiento para que la producción de bienes y la vida sean posibles.
“Los actuales sistemas de producción de alimentos -sostiene Manuel Jaramillo, director de Vida Silvestre- están basados en una explotación insostenible de los recursos naturales y son los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad y la degradación y destrucción de ecosistemas”.
La misma organización asignó que el sistema alimentario sea responsable del 80% de la pérdida de biodiversidad, el 80% de la deforestación y el 29% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Además, más del 75% de la superficie del planeta ya ha sido transformada por el ser humano y de esa proporción, 41% está destinado al sector agroalimentario. La solución consiste en transformar los actuales sistemas alimentarios para lograr que sean amigables con la naturaleza y saludables para las personas.
Los habitantes de la Tierra no puede interferir para que los catastróficos enfrentamientos como los que se registran en Europa Oriental y en Oriente Medio puedan ser evitados, pero por lo menos en los lugares que habitamos en paz, tratemos de cuidar el agua, y los ecosistemas que la sustentan -ríos, lagos, humedales , acuíferos y glaciares.
En este contexto, todos tenemos un papel que desempeñar para hacer frente a la crisis mundial de alimentos, climática, de biodiversidad y de agua dulce.