La Argentina confirmó con notoria tardanza su participación en la Cumbre de las Américas, organizada en Los Angeles por Estados Unidos. Fue una decisión lenta, innecesaria porque la Casa Rosada se empecinó en criticar la no convocatoria desde Washington a los gobiernos dictatoriales de la región. La postura errática de la Argentina en cuanto a su política de relaciones exteriores con el actual gobierno deja siempre una mala impresión.
Con la actual administración nuestro país más de una vez se expresó diplomáticamente en apoyo de países regidos por autoritarismos, como son Venezuela, Nicaragua y Cuba. Incluso, recientemente, con motivo de una visita al país del presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, el titular del Ejecutivo argentino aventuró un acercamiento regional al régimen de Maduro, opinión que fue relativizada en el acto por su colega ecuatoriano.
El presidente argentino considera que su titularidad pro tempore de la Celac lo habilita para encarar unilateralmente decisiones que deben ser debidamente consensuadas por países miembros de un mismo bloque. No resulta edificante para un país mantener alineamientos con países que no respetan los preceptos republicanos y que convierten a sus sistemas democráticos en meros procedimientos para asegurar el poder y perpetuarse en el mismo. Y es peor todavía cuando, como ocurre a diario en los países mencionados, la estrategia de perpetuidad se basa en la flagrante violación a los derechos humanos que significa perseguir y encarcelar a opositores que sólo buscan expresar sus ideas y discrepancias en un normal contexto político.
No queda ninguna duda de que lo que necesita urgentemente nuestro país es retomar el contacto fluido con los países independientes y económicamente consolidados para aprovechar la atracción de inversiones que siempre generan nuestras posibilidades productivas. Eso permitiría crecer mientras se busca salir de las actuales políticas de estancamiento y dependencia. En cambio, el alineamiento constante con naciones regidas por sistemas que cercenan las libertades no sólo nos aísla, sino que, también, genera una crónica desconfianza sobre la capacidad de la dirigencia política argentina de consolidar en el tiempo políticas seguras y que merezcan confianza.
El presidente Fernández no sólo se equivocó con su crítica a la Cumbre de las Américas por la decisión del estadounidense Biden de haber dejado al margen de la convocatoria a los países guiados por regímenes totalitarios; también eligió un camino incorrecto cuando, temerariamente, planteó la posibilidad de realizar una “contra cumbre” para reivindicar a los países no democráticos. La desafortunada idea abortó ante la rápida reacción del presidente de México. Porque si bien López Obrador se apuró en rechazar la invitación a la Cumbre de las Américas en respaldo a los gobiernos de Maduro, Ortega y Díaz Canel, de ningún modo podía avalar una movida tan desatinada en las narices del presidente estadounidense. Lección para el extravío diplomático argentino. Es de esperar que de una buena vez impere la coherencia en materia de relaciones internacionales. Con más razón a partir del supuesto gesto de confianza que el presidente Biden le extendió a su par Alberto Fernández al invitarlo a un encuentro bilateral en el mes de julio.