Recientes publicaciones periodísticas dieron cuenta de la dura estimación que hace las Naciones Unidas sobre la cantidad de personas que caen en el contexto de crisis humanitaria por distintos factores.
Según lo informado por la Oficina de la Organización de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, este año alrededor de 274 millones de personas, correspondientes a más de 60 países del mundo, requerirán algún tipo de asistencia para poder sobrevivir por parte de la sociedad y las autoridades de cada región del planeta.
Los motivos que potencian la dramática realidad son variados: desde el Covid 19 y sus múltiples consecuencias hasta la actual guerra en Ucrania, pero sin dejar de tener en cuenta los efectos devastadores que suman conflictos bélicos permanentes que hay en otros continentes, como Asia y África. A todo ello hay que sumar las crisis económicas enquistadas en países de diferentes regiones del planeta.
Justamente, la misma organización de la ONU, en el mismo informe, dio cuenta de que América Latina y el Caribe forman la región del mundo en el que hay mayor desigualdad en términos económicos y sociales.
Por otro lado, estas crisis, cada vez más expandidas y extensas en el tiempo, dan lugar a otro drama de la humanidad: el de los desplazados, o refugiados.
Millones de personas que huyen de sus lugares de origen ante la cruel vida que les toca afrontar y optan por destinos que no siempre garantizan algún tipo de mejora humana y económica.
Según datos oficiales de la ONU, el número de desplazados y refugiados en el mundo superó los cien millones de personas a mediados de este año, cifra considerada récord desde que existen los registros de este tipo de calamidades.
En esto también tienen mucho que ver los enfrentamientos entre países. En fecha reciente, en este mismo espacio hacíamos referencia a la gran cantidad de ucranianos que habían dejado su país cuando se produjo la invasión rusa, a fines de febrero.
Está claro que nos encontramos ante un drama que se potencia periódicamente por la insensibilidad mayoritaria y cada vez más generalizada por parte de la sociedad internacional. A las cifras recientemente reveladas, citadas en este artículo, mínimas reacciones espontáneas surgen.
Por ello es justo destacar que, desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco ha expresado constantemente su inquietud reclamando a las autoridades civiles la búsqueda de soluciones.
Pero pocas voces se suman.
Ya se ha dicho que no se trata solamente de exigir más a los que mayores recursos tienen, postura que es válida ante tanta emergencia. Lo que verdaderamente debe impactar a la comunidad internacional es buscar los mecanismos para salir al cruce de las desigualdades que originan tantísima pobreza y marginación.
Y no es difícil imaginar el cuadro de situación. Basta con detenerse a contemplar el estado de vulnerabilidad en el que viven miles de familias argentinas para llegar a imaginar el grado de desesperación que embarga a tantos millones de desplazados.
Habrá que esperar que los estadistas del mundo tomen conciencia de la devastación que genera su lamentable indiferencia.