Haber superado esta semana las cien mil muertes por Covid-19 nos obliga a los argentinos a detenernos a pensar seriamente en la magnitud de la pandemia que afronta el mundo por segundo año consecutivo y en la importancia de la adopción de medidas rápidas y prácticas.
Lamentablemente, el abordaje del virus no escapó en nuestro país a las eternas discusiones por diferencias políticas y metodológicas. Probablemente, este triste número, el de los fallecidos, sea en gran medida el resultado de ello.
El mundo científico fue claro en advertir a las dirigencias políticas que sólo con la obtención de vacunas se podría comenzar a librar un combate contra este mal. Y la vacuna llegó. Los resultados están a la vista en los distintos países, en mayor o menor medida.
El tiempo dirá cuánto más habrá que convivir con esta peste y qué condiciones de vacunación se deberán aplicar, por lo tanto.
A mediados del año pasado, el laboratorio Pfizer, que ya había comenzado las investigaciones para hallar el inoculante indicado, acordó con la Argentina realizar en nuestro país el ensayo más importante de su propia vacuna. Hubo más de 5.000 voluntarios que participaron de las pruebas. Ese paso le daba al país prioridad en una futura negociación con la firma estadounidense. Las posibilidades eran enormes para que Argentina se pusiera al frente en cuanto a inmunización. Pero, los problemas posteriores en los que se vio inmerso el Gobierno trabaron todo posible acuerdo y lo sucedido ya es conocido.
Las demás negociaciones con otros laboratorios de distintas procedencias ya son conocidas. Algunas mantienen altibajos generalmente dependientes de la capacidad de producción de cada firma y de la demanda internacional, pero hay un avance, al que se suma la reciente donación de Estados Unidos, que otorgó a nuestro país una partida muy importante de dosis de la firma Moderna.
Está visto que cuando las decisiones políticas se adoptan con criterio y basadas en el sentido común los caminos para salir de situaciones críticas se abren con mayor facilidad. Fue necesario que, en el medio de una lamentable discusión legislativa, el Ejecutivo nacional decidiese emitir un decreto para quitar de la legislación sobre vacunas en el país una palabra para que el acceso a la oferta mundial de inoculantes se allanara. ¿Por qué, entonces, se mantuvo tanto tiempo semejante torpeza?
Las 100.000 muertes por coronavirus constituyen una muy mala estadística para la Argentina.
Las autoridades nacionales son responsables del tiempo perdido en negociaciones por vacunas que no llegaron a tiempo.
Las razones en algún momento deberán ser esclarecidas plenamente, en homenaje a muchísimas de esas víctimas, que nos dejaron cuando ya la vacunación en el mundo era correcta.
Mientras tanto, celebremos, todos, esta suerte de reinserción al mundo que nos brinda, como punto de partida, el reciente envío estadounidense, que a través de una representante de su Embajada en Buenos Aires comprometió el apoyo de su país a la vacunación de los argentinos. Una buena señal, un guiño muy claro. A cuidarlo.
Para eso es imprescindible sacar del debate sobre las vacunas cualquier interpretación ideológica que tanto mal nos viene haciendo y tratar de que la clase política actúe unida porque las divisiones también perjudican un buen desempeño.