El Tribunal de Audiencias de La Pampa anunció las cadenas perpetuas impuestas a Magdalena Espósito Valenti y a Abigail Pérez, por el atroz asesinato de Lucio Dupuy, teniendo en cuenta que se probó que cometieron los delitos de “homicidio agravado con ensañamiento y alevosía” y “abuso sexual gravemente ultrajante”.
Así señalaron el 2 de febrero los jueces Daniel Sáez Zamora y Andrés Olié, y la magistrada Alejandra Ongaro, al determinar la responsabilidad de Valenti –la madre del niño de 5 años– y su pareja Abigail Pérez.
El forense determinó que aquel 26 de noviembre de 2021, Lucio sufrió golpes que le provocaron la muerte. Presentaba “lesiones en varias partes del cuerpo”, entre ellas “golpes, mordeduras y quemaduras de cigarrillo”. También confirmaron que el pequeño había sido víctima de “abusos sexuales de reciente y vieja data”, y que “presentaba un fuerte golpe que le afectaba la cadera, el glúteo y la pierna, con una data de 7 u 8 días”.
Más de 100 testigos declararon a lo largo de 18 audiencias en un juicio en el que el horror fue una sensación permanente, por la saña y la violencia que provocaron tamaño sufrimiento en un niño, y de tan corta edad.
El hecho no admite muchas lecturas: resulta imposible comprender que una madre pueda infligir tamaño dolor y mostrar un desprecio semejante por un hijo o una hija.
Algo que también llama la atención y que merece un análisis más profundo es por qué ningún profesional de la salud alertó de la situación cuando, desde diciembre de 2020 en 5 ocasiones, se registraron visitas a centros médicos relacionadas con el maltrato infantil a Lucio. Hay que revisar qué mecanismos actúan para alertar sobre esas situaciones, y cómo se debe proceder para evitar males mayores.
También es necesario reflexionar sobre derivaciones preocupantes, como la relación que desde varios sectores se intentó tejer entre la elección sexual de la pareja asesina y su hipotética propensión a causar un hecho tan espeluznante.Parece una obviedad aclararlo, pero que se trate de una pareja lesbiana no tiene nada que ver con el aberrante hecho que ellas causaron. Tampoco se puede achacar al movimiento feminista la defensa de ambas mujeres, más aún con dichos falsos o sacados de contexto.
Nada puede justificar la provocación y/o la generación de discursos de odio contra las diversidades o contra cualquier colectivo. Vale la pena detenerse a pensar en la ligereza de algunos de esos argumentos, creados en su mayoría desde el anonimato y la opacidad de las redes sociales; y tener en cuenta que replicarlos también puede llegar a ser parte de ese peligroso círculo de discriminación. El odio hacia un colectivo produce lo contrario de lo que esos sectores pregonan, ya que, en definitiva, sólo logra desviar el foco de la verdadera tragedia ocurrida en La Pampa.