Vecinos y comerciantes del Centro mendocino se muestran sumamente contrariados porque cada vez se pintan más grafitis en las paredes de sus establecimientos, práctica que se extiende a monumentos o edificios históricos. La pretensión, difícil de conseguir, es que estas prácticas disminuyan o encuentren otros formatos de expresión.
El grafiti o pintada parecería que responde a ansias de expresión pública no canalizada por otros medios.
Se distinguen diversas categorías de grafitis, entre las que encontramos los que vandalizan señales de tránsito, frente de comercios, colegios y un sinnúmero de otros inmuebles (Junta de Estudios Históricos y Museo Sanmartiniano de la Alameda).
Por fuera de los murales y las obras que se hacen con autorización, en los últimos años crecieron las intervenciones clandestinas con aerosol en los comercios y edificios del centro de Mendoza. Esto preocupa mucho a los propietarios de comercios, algunos de los cuales vuelven a invertir en muros, mientras otros optan por no arreglar las fachadas porque en sólo una noche vuelven los grafitis.
Dentro del área de Patrimonio, la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza tiene un taller de restauración, que se encarga de limpiar y volver a poner en condiciones los monumentos u otros bienes que son dañados. Fueron estos especialistas quienes limpiaron la figura de Mafalda, ubicada en Arístides Villanueva y Huarpes cuando fue ‘intervenida’ hace unos meses.
Tanto en la comuna capitalina como los propios titulares de negocios, reconocen que es un tema difícil de controlar y que, hasta el momento, no han encontrado el camino adecuado para desterrarlo.
Es un asunto que preocupa a muchos. No es el único, ya que existen varias situaciones que agreden la fisonomía de la ciudad. Este tema quizás sea más visible al estar a la altura de nuestros ojos. Los otros son destrozos o agravios que se efectúan al impulso de la nocturnidad o la falta de testigos, en diversos espacios públicos.
Convengamos que la sociedad y los jóvenes necesitan expresar sus estados de ánimo, desconcierto y quizás hasta sus frustraciones y el camino es el grafiti. Las pintadas sobre el patrimonio urbano para ellos es una forma de comunicación y a veces, creen que ese objeto es arte. No lo justificamos, pero queremos tratar de entender la necesidad de comunicación y su búsqueda de identidad, de romper con todas las reglas y el respeto establecido.
Nuestra ciudad podría tener espacios definidos para contener esas formas de expresión. Propiciamos que se levanten y autoricen murales de expresión urbana en determinados lugares que habría que convenir. Destinar un muro público sería lo ideal.
Previamente, y como sostiene una arquitecta y urbanista de nuestro medio, “primero habría que concientizar sobre el daño y afectación que realizan las pintadas sobre la propiedad privada y pública”. Su postura, que parece sensata, no es prohibir, sino difundir y acompañar desde el Estado para que esas formas de expresión tengan un espacio definido y se podrían gestar concursos para que se acostumbren al uso de lugares predeterminados.
Hay ciudades internacionales que solucionaron la profusión de estas formas de expresión con espacios de este tipo. La ciudad debería prever un lugar así, con espacios para que las distintas expresiones urbanas (tribus urbanas) puedan darse a conocer. Si esto ocurriera en alguno de los tantos lugares deprimidos que tiene la ciudad se podría generar una transformación de esos lugares y evitar el daño en los espacios consolidados públicos y privados.